Foto de familia
Actualizado: GuardarA todos nos gusta guardar imágenes de momentos felices o cruciales de nuestra vida. Fotografías del día en que nos casamos o tuvimos un hijo, de nuestra graduación o del estreno de nuestra primera casa. También fotografías de playas donde fuimos libres, de montañas que escalamos, de reuniones donde ensalzamos la amistad o de paraísos que tocamos con la punta de los dedos. Todas esas instantáneas juntas, ordenadas según el capricho de nuestra memoria, que siempre es selectiva, formarían el mapa de la vida que quisimos vivir.
Que no es exactamente la que vivimos, sino una vida perfeccionada y mejorada, abrillantada por destellos del sol de la infancia y depurada de los momentos turbios, que uno procura e incluso consigue olvidar, y cuyas copias han quedado debidamente veladas.
Contemplo una foto donde mis hermanos, un puñado de mis primos y yo misma posamos sonrientes en una mañana invernal. Estamos en un campo de Revilla, con eucaliptos al fondo. Los mayores no tenemos más de ocho años, y la más pequeña apenas tiene uno. Es domingo y venimos de jugar junto al regato. Esta pieza del puzle de mi existencia, una tesela perdida durante 35 años y que hoy recupero para mi memoria visual gracias a la más querida de mis primas, me hace pensar en todos los instantes que, año a año, se nos van pasando sin dejar un rastro. Pienso en las sonrisas que no anotamos en el recuerdo, en las palabras amables que nos dijeron y que no recogimos, en los paisajes que se sucedieron ante nuestros ojos soñolientos y que no podríamos reproducir, en los rostros que amamos y que olvidamos con displicencia.
Quién sabe si no son esas imágenes que nos parecieron descartables en su día las que de verdad dicen algo importante de nosotros.