Manzanares indultó a uno de los toros de Torrealta. :: ESTEBAN
Sociedad

Manzanares indulta un ejemplar de Torrealta que derrochó nobleza pero careció de casta

Morante y Cayetano obtienen una oreja cada uno y Manzanares sale por la puerta grande tras desorejar simbólicamente al indultado

SANLÚCAR. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Había dictado José María Manzanares una auténtica lección de torería al tercero de la tarde y el público, entusiasta y festivo, se enncontraba totalmente entregado a tan exquisita demostración de toreo quieto, reposado y profundo ofrecida por el espada. El trasteo lo inauguró con tandas de cuajados derechazos y le siguieron exquisitas series de ligados naturales, con muletazos que se sucedían hondos, templados y bellos. La faena se configuró maciza y redonda, en la que se mantuvo siempre álgido el deseado tono emotivo y arrebatado y en la que el diestro pareció embriagarse de toreo. Del toreo bueno y clásico, de toreo superlativo.

Y cuando la obra ya estaba consumada, Manzanares optó por continuar pegando pases, mirar al palco de reojo y gesticular al repetable con la deliberada intención de que éste se manifestara. El público, de por sí jovial y festivo, recogió enseguida el guante que el diestro le lanzaba y solicitó con creciente vehemencia el indulto para la res. Indulto que no tardaría en conceder el señor presidente, ante el feliz jolgorio de la nutrida concurrencia y frente al desasosiego y estupor de pocos aficionados. Porque el toro fue un animal noble y repetidor, que derrochó entrega y boyantía en el último tercio. Pero no fue un toro bravo. Su único encuentro con el caballo la había saldado con la cara alta y haciendo sonar el estribo. Además, careció de la casta, transmisión y agresividad necesarias para considerarle acreedor a tan desmesurado premio. Extraña tauromaquia actual en la que varias series de muletazos cuajados son suficientes para exigir el indulto de un animal y en la que se confunden con desesperante frecuencia la nobleza con la bravura.

Comportamiento enrazado, con fijeza y largura en su embestida presentó el quinto de la suelta durante los primeros tercios. Toro al que había que poderle, a base de mano baja y exacta colocación, argumentos que intentó aplicar Manzanares en el inicio de su trasteo. Mas, de repente, el animal cambió de actitud, su acometida se tornó más corta e incierta, se paraba en mitad de las suertes y hasta desparramaba amenazante la vista. Sin rematar con lucimiento su labor ante el incómodo enemigo, Manzanares cuajó pasajes de mérito a base de sincera entrega y recia exposición.

No tuvo suerte con su lote Morante de La Puebla. Su primero fue un ejemplar de muy corto recorrido y que acometía de manera rebrincada y sin entrega. Áspero oponente al que lanceó con armonía y temple en sus verónicas de recibo y al que ligó tandas de derechazos con cierta plasticidad y relajo. Pero el animal tomaba el engaño a regañadientes y cada vez se mostraba más incierto y peligroso. Dos veces se había colado con estrépito hasta que por fin alcanzó al de La Puebla, al que volteó sin cosecuencias y partió la taleguilla. Con media estocada arriba despacharía Morante a este primero de la suelta. Pocas fuerzas y menos casta demostró el melocotón que hizo cuarto, al que el sevillano dibujó un artístico quite por delantales, rematados con gallarda media. A pesar de plasmar algunas series en redondo plenas de temple y suavidad, se advirtió escasez de enemigo ante las ansias de donosura demostradas por Morante. Que sólo pudo estar digno y entregado frente a tan soso y descastado animal.

La labor de Cayetano ante su primero consistió en un continuo peregrinaje detrás de la mansa res que culminaría en la puerta de chiqueros, lugar donde firmó un bello final de faena con pases por alto y airosos adornos. Tampoco pudo cuajar faena ante el sexto, animal cambiante que acometía con largura los primeros pases de las series y muy corto y dubitativo en los siguientes.