JUAN LAPUERTA
Actualizado:Sólo la figura de Ángel María Villar es capaz de provocarme las mismas náuseas y desprecio que la de Joan Laporta. Tipos que han venido a beneficiarse del deporte sin disimular un ápice sus intenciones. Personajes convencidos de que cada vez que abren su boca va a subir el pan, pero que siempre encuentran algún cómplice que les espanta las moscas sopena de que se ahoguen en su propio vómito. Menos mal que el todavía presidente del FC Barcelona se marcha aunque no sé si consciente del tremendo favor que le hace a una entidad admirada por todo el mundo y que a la postre agradecerá que no continúe manchando su reputación. A Laporta nunca ha habido por dónde cogerlo.
Sirva como última perla para ver que le falta un hervor la respuesta que ha dado cada vez que se le ha preguntado a qué selección apoyará durante este Mundial. Decir que estará con todas aquellas en las que jueguen futbolistas del Barça, lejos de ser una respuesta políticamete correcta, es (además de ruín) darle una patada a esa España cuya LFP ampara a su club. Mi amor por la bandera no está precisamente entre mis necesidades biológicas más urgentes, pues apelo a la filosofía kubrickiana de que el patriotismo es el último refugio de los idiotas. Pero reconozco que me afloran sentimientos españolistas y caígo en la provocación de Laporta; en su afán por abanderar ese catalanismo cateto que, a la postre, bebe de las mismas fuentes y directrices que el franquismo. Personajes como este, que nos hacen dudar de la bondad, humildad y cordura del ser humano, deben desaparecer sin más dilación de las páginas deportivas de cualquier periódico. Su presencia es tan necesaria como un profundo análisis musical del último disco de Bisbal o Bustamante y su legado será nulo porque el FC Barcelona, Guardiola y Catalunya están bastante por encima de quien vino a servirse y no a servir.