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Opinion

Más Europa es la dirección

Ahora más que nunca conviene recordar que la andadura nunca ha sido fácil y que no existe fracaso en admitir las dificultades que aún jalonan la construcción de este proyecto colectivo

RAFAEL VÁZQUEZ GARCÍA
PROFESOR DE CIENCIAS POLÍTICAS DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADAActualizado:

El pasado día 9 de mayo celebramos, de forma austera y poco fastuosa, y tal como viene haciéndose desde 1986, el día de Europa, con el singular añadido de que este año se conmemora el 60 aniversario del acontecimiento que data al evento. No resulta innecesario recordar que el 9 de mayo de 1950, en la denominada desde entonces Declaración Schuman, el ministro de Asuntos Exteriores de Francia presentó su propuesta para la creación de una Europa organizada y unida, requisito indispensable para el mantenimiento de relaciones pacíficas en un continente parcialmente destrozado por la guerra, paralizado económicamente, obligadamente dividido ideológicamente y con escasas esperanzas en el futuro. Las circunstancias seis décadas después, sin ser afortunadamente las de antaño, tampoco permanecen ajenas al recelo recíproco que transitaba entre los Estados europeos de posguerra. Y sin embargo, ahora más que nunca conviene recordar que la andadura comunitaria nunca ha resultado fácil y que no existe fracaso en admitir las dificultades que aún jalonan la construcción de este proyecto colectivo.

La izada de la permanente bandera azul con estrellas que ondea desde hace unos días en Madrid marca el camino. Europa debe seguir construyéndose, debemos seguir creando espíritu europeo. Se trata de crear que no inventar, y para ello tenemos mucho de lo que echar mano en recuerdo del motivo que a todos nos ampara (unidos en la diversidad). Al contrario que la formación de muchos Estados-nación, Europa no tiene que «imaginar comunidades» en el sentido que estableció Benedict Anderson. Las comunidades ya existen, las historias ya están escritas. Resta ahora vincularlas en aspiraciones paralelas. Podrá sonar extemporáneo y hasta insolidario en recobrados tiempos de cuitas nacionales, pero no existe otro camino, no se conoce otra esperanza.

Y las dificultades no son pocas. El auge de los partidos conservadores -notablemente euroescépticos en su mayoría- tanto en la Europa del centro y del este (Polonia, República Checa, Hungría o Rumanía), como en el occidente continental e insular (véanse las últimas elecciones británicas), limita las energías necesarias para el proyecto. La crisis griega, y lo que es peor, la patente debilidad del principal anclaje económico y hasta simbólico de la Unión, el euro, complica la situación hasta límites nada desdeñables. Lógicamente podríamos ir sumando líneas casi infinitas al catálogo de enfermizos síntomas del proyecto, pero no es menos cierto que estamos igualmente legitimados para plantear aquello que aún nos resulta positivo. La Unión es el camino y me atrevería a decir que no hay opción frente a ella. O se está con Europa o estaremos a merced de un pasado no muy pretérito marcado por fratricidas enfrentamientos y debacles económicas. Como recientemente ha propuesto el Comité de Sabios de la Unión «más Europa y no menos» es la dirección a seguir.

Resulta indispensable hablar de Europa, hacerla cotidiana, presente en la ordinaria existencia, visible en la geografía rural y urbana, efectiva en los números y cercana en los afectos. Resulta indispensable poner en marcha la maquinaria de expansión del poder 'soft', ese fluido sutil pero efectivo de la cultura y los resortes ideológicos frente al burocrático, anónimo y escasamente empático de las meras instituciones. Resulta indispensable, en suma, que los europeos dialoguen entre sí y despejar así las miradas estereotipadas sobre los perezosos europeos del sur, los atrasados y peligrosos comunistas del este, los huraños e interesados alemanes o el frío individualismo de los escandinavos. Las generaciones jóvenes empiezan a percibirse con naturalidad y los aeropuertos están llenos de mezclas genéticas, étnicas y estéticas -por cierto, estupendas- y de un poliglotismo que es la única y verdadera lengua de Europa, la de todos y de cada uno a un tiempo. El 'homo europeus' existe, es producto de lo que somos de forma diversa, la aportación que cada cual hace al común refrendo.

Y todo ello pasa por hacer los deberes que la propia Unión se encomendó hace unos meses con la aprobación del Tratado de Lisboa: ser más eficaz en los procedimientos, más democrática en las decisiones, más transparente en las actuaciones, más unida en la escena internacional, y más segura en el interior y frente al exterior. Decía Thomas Jefferson en relación a la construcción histórica de los Estados Unidos: «me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado». En Europa, otro ferviente europeísta como Robert Schuman, Jacques Delors, ya sentenció que tratándose de Europa el inmovilismo es simplemente imposible, «es la marcha atrás y, a no mucho tardar, la amenaza de la desintegración y la deconstrucción».

Hoy más que nunca es una deuda histórica seguir pensando, reflexionando sobre el presente y el futuro de nuestra Unión, que es el presente y el futuro de los hombres y mujeres que viven en el territorio de la Unión y, lo que es más importante, de los que están por venir.