Un gran bombón de Vellosino
Javier Conde no fue capaz de animarse con el maravilloso quinto
MADRID. Actualizado: GuardarCinqueños los seis toros del hierro de Vellosino, que fueron, a su manera, la liebre que salta en la feria que sea. La liebre, dos toros . Un tercero retinto, frente de rubios rizos, armado por delante, armónico, zancudito. 550 kilos. Un punto mansito después de derribar, como si quisiera abrirse o lo pretendiera, pero de claro son a la hora de pelear en el tú a tú que decanta toros . Ese tercer vellosino, del campo charro, se llamaba Pesado. Y para nada
Y un quinto negro zaino, de mayúscula hondura, ensillado y lomudo, caja bien rellena, engatillado pero apretado de pitones como los toros de los años sesenta que ya sólo se ven en las fotos antiguas. Chato y guapo, lustroso, gruesas mazorcas. Lo que no tenía de trapío, que es en rigor velamen, lo tuvo el toro de cuajo.
A éste le decían Guasón, se empleó de bravo en el caballo aunque se escatimara la suerte en pureza, sacó en la muleta un son nobilísimo y fue aplaudido en el arrastre.
Curro Díaz pecó de escupir al tercero en el saludo de capa: lances encajados pero a tirón los brazos, y pareció que se frenaba el toro, que por el cuello sacó del caballo que montaba al más joven picador de la dinastía de los Quinta. Bastó la palanca de un monosabio en el caballo para que al toro se le apagara el fuego. Montoliu prendió un par con el sello de la casa -los andares inconfundibles de su difunto padre- y tuvo que saludar.
Curro se metió el toro con su resolución de siempre, que tiene su pizca de precipitación. Ocho muletazos por las dos manos, cambiados o en la suerte natural, rizados y unidos sin pegar medio muletazo de cada uno de los que armaban tanda. Curro se abrió tanto en uve al ponerse con la izquierda que el toro llegó a desarmarlo con la mano contraria. La cosa tuvo su acento capilar: el pellizquito ligero de la figura compuesta sin empacho. Se celebró bastante la invención, que pasó ligera. Tuvo más peso el toreo a pies juntos o medio compás -las trincheras, los cambiados- que el de poder por abajo. Un pinchazo, una estocada soltando el engaño.
Aunque el quinto invitaba, Javier Conde tardó en salirle y lo hizo con exageradas precauciones. En el primer viaje al caballo, el toro descabalgó a un jinete tan notable como Pepillo de Málaga hijo, que cayó de espaldas sobre el acolchonado lomo del toro, y del lomo rebotado al suelo.
De los cuatro toros restantes, el primero de Conde, veleto, 600 kilos, acaballadote, hizo cosas de manso pero tuvo su punto dócil. No lo vio Conde claro. Una faena de duda metódica y constante merodeo. Se impacientó la gente. U pinchazo, media contraria, tres descabellos. Pitos fuertes.
El lote deslucido fue a manos de Juan Mora, que volvía a una feria de primera después de casi diez años. Tres veces fue desarmado Juan, que dejó detalles de su escuela: dos medias, el dibujo de algún muletazo caro, la naturalidad recompuesta del toreo sevillano, el llegar y el salir. El sabor de esteta. Poco puesto, se atascó con la espada. Desde el cambio de trastos, llevaba, como siempre, la de acero. El cuarto, bizco, sin fijeza, medias embestidas al paso y regañadas, hizo bueno al primero. Para Juan estaba reservada la sustitución de Aparicio si las cosas rodaban. No hubo suerte. A ese cuarto lo mató de gran estocada.
El sexto toro escarbó, pegó dos o tres arreoncitos más de huirse que de incierto y tomó la muleta de Curro Díaz y se avino con ella. Bonito toreo andado de Curro, que fue lo mejor de una faena no mal puesta.