fórmula uno

Red Bull se corta las alas

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Lo que antes era el paraíso del buen rollo, las ganas de fiesta, el ambiente desinhibido y las puertas abiertas se ha convertido en el ambiente funerario, caras largas y mandíbulas prietas que ayer retrataba el campamento Red Bull. El equipo ha dejado de ser simpático desde que gana. Y ayer elevó a verdad universal la máxima que preside la Fórmula 1: el compañero de equipo es el primer rival. Sebastian Vettel sacó de la pista a Mark Webber y convirtió la cohabitación entre ambos en un problema.

Red Bull tiene el mejor coche, pero su gestión de ese tesoro no se traduce en dividendos. No ganó en Estambul (lo hizo Hamilton, su primer salmón del año) y tampoco abruma en el Mundial (Vettel es quinto). Fernando Alonso (octavo) vio la trifulca con catalejo. Estuvo muy lejos de la cabeza y arañó cuatro puntos.

Muchas veces, casi siempre, para entender a Fernando Alonso -sus ademanes presuntamente orgullosos, su mentón alto, su distancia- habría que entender este deporte, en el que casi todos los pilotos -más o menos simpáticos, más o menos agraciados- se comportan como un solo hombre. Son ambiciosos o avariciosos, según la interpretación libre. Si los resultados no acompañan, la culpa es del coche. Si llegan las victorias, los tipos son únicos. Pero sucede lo mismo a la inversa. Las escuderías nunca fabrican monoplazas lentos. Los dejan en manos de conductores tortuga.

Sólo así se puede comprender que los pilotos convivan en el mismo garaje, los mismos hoteles y la misma mesa de reuniones mirando a los ojos a su primer enemigo. Es la esencia de un deporte singular que luego busca la diplomacia en las declaraciones públicas, bien orquestadas por sus jefes de prensa.

Vettel intentó rebasar a Webber porque se lo pedía el cuerpo y nadie se lo iba a reprochar según la ley de la F-1. Pero surge la pregunta. ¿Un compañero de equipo es lo mismo que un rival con otra camiseta? ¿No paga el señor Mateschitz a ambos para que se vendan más latas de Red Bull? ¿No le dará igual al dueño del tinglado que gane Vettel, Webber o Rita la cantaora mientras lo haga su producto? No, un compañero de equipo no es lo mismo.

Vettel consideró que era más rápido, pero falló el tiro. En vez de levantar el pie y volver a la siguiente, apuró y exprimió su ímpetu por esa ambición incontenible con la cual disculpan los pilotos todas sus maniobras. El finlandés Raikkonen, sin embargo, nunca porfiaba con sus compañeros. Respetaba su posición de liderazgo y sólo pasaba si el otro se equivocaba.

Webber era líder y estaba en la arena en la vuelta 39 con el alerón hecho puré. Vettel ya había abandonado su coche y acusaba con gestos al australiano de estar loco. La culpa fue del alemán, que torció a la derecha sin haber ganado la posición. Fue la noticia de la carrera en recuerdo de antiguas batallas entre iguales (Prost-Senna, Alonso-Hamilton).

Día de peleas

En un día de peleas fraticidas, Button atentó contra Hamilton cuando los dos Red Bull desaparecieron de la cabeza (Webber reparó el daño y luego volvió). Pero fue una acción más caballerosa, guardando la línea, evitando el conflicto de carrocerías. Hamilton, que es más salvaje en su comportamiento, le devolvió la moneda en un final de carrera electrizante que anuló por completo lo que sucedió al comienzo. Por ahí encontró el inglés su primer triunfo del año y un salvoconducto para pelear por el título otra vez.

Alonso vio pegarse a los toros desde la barrera. Poco tenía que decir cuando quedó claro el pasado sábado que los Ferrari patinaban en el circuito de Turquía. Acudió al quite con la calculadora en la mano, en ese tono paciente que no malgasta una bala. Fue capturando piezas a ritmo de crucero (Kobayashi y Sutil en las paradas de garaje, Petrov en la pista y a última hora para cuidar los neumáticos) y llegó a meta en un aparente insípido octavo puesto, que le entrega cuatro puntos para seguir en la pomada.