FLEURQUIN
Actualizado:Aunque evitemos adjetivaciones hiperbólicas y juicios laudatorios oportunistas, hemos de reconocer que, en la actual situación del equipo amarillo, la función que ejerce Andrés Fleurquin en los agónicos partidos del tramo final de esta desafortunada temporada, posee una notable importancia. Teniendo en cuenta el limitado nivel técnico de la plantilla, el número reducido de partidos que restan y, sobre todo, la urgente necesidad de sumar puntos, no hay más remedio que fortalecer físicamente el centro del campo, con el fin de lograr los triunfos tan necesarios, aunque sea jugando un poco peor o, mejor dicho, haciéndolo menos bonito. Resulta imprescindible que se intensifiquen los trazos del peculiar perfil futbolístico de este jugador uruguayo-gaditano, y que se planteen y se resuelvan los partidos sobre la base de un trabajo permanente y de un sacrificio intenso. Para evitar el descenso, sólo deberían saltar a la cancha los jugadores obreros que, olvidándose del estéril virtuosismo, se pongan el mono de faena y los que, sintiéndose obligados a trabajar y a sufrir, suden la camiseta. Por eso estamos de acuerdo con los aficionados que han afirmado que el Cádiz mereció el triunfo porque había luchado más y porque había aportado una mayor intensidad. En el fútbol, como es sabido, este término -intensidad- quiere decir entrega durante los noventa y tantos minutos que dura el encuentro, presión a todo lo largo y lo ancho de la cancha, y control operativo en todas las líneas del equipo. Hemos de reconocer que, a veces, jugar a fútbol es no dejar jugar al equipo contrario; es impedirle que controle el juego, que encuentre huecos por donde colarse, y oponerse a que hilvane las jugadas que facilitan el gol. Empleando esa fórmula tan elemental como es la intensidad, el conjunto amarillo marcó un gol en la portería contraria, mantuvo la propia a cero y, en consecuencia, sumó esos tres valiosos puntos que, por ahora, lo sacan del pozo.