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«No me gusta posar porque las fotos te roban el alma»
Dalia Khamissy Fotógrafa libanesaLa reportera resume el horror de la guerra que vivió su país en 2006 en una serie de imágenes de casas destruidas por los bombardeos
CÁDIZ. Actualizado: GuardarA la fotógrafa libanesa Dalia Khamissy no le gusta que le hagan fotos. Nada raro entre los de su 'tribu', pero la diferencia es que Dalia cree que (y jura que no es broma) que las fotografías te roban el alma. «Si la gente que se pone delante del objetivo supiera todo lo que puede verse con una foto, no posarían tan tranquilos», dice tras la entrevista.
Khamissy sabe de lo que habla. Ha estado en todas las trincheras del fotoperiodismo: en la de las agencias, que mantienen una lucha diaria por ocupar las portadas de los periódicos, y en la del reportaje pausado, en el que primero hay que ganarse la confianza de aquel al que vas a retratar y después, sólo después, 'robarle el alma'.
Ha sido testigo de muchas cosas. Ha visto un hombre con un cráter en el pecho y ha disparado su cámara. Pero también ha ha visto mujeres desesperadas, gritando, niños destrozados, cadáveres esparcidos y ha preferido bajar el objetivo.
Tras la última guerra que cubrió como editora fotográfica (aquella en la que le dieron el World Press a Spencer Platt, de Reuter, por su foto de la indiferencia, con polémica incluida), Khamissy dejó su agencia, Associated Press, para dedicarse a hacer sus trabajos como 'free lance'. Aunque todavía fresco el conflicto, tuvo tiempo para tomar las imágenes que ahora trae al castillo de Santa Catalina reunidas en una exposición. Son fotos de casas libanesas destruidas en las que no se ve un alma y en las que los restos de lo que un día fue el salón de una casa, hablan sin necesidad de ver sangre, lágrimas o metralletas. «Me parecían lugares tristes y silenciosos», resume.
Para hacer las fotos de 'Espacios abandonados', Dalia tuvo que pedir permiso a Hizbolá. ¿Por qué salones y no dormitorios? «Eso fue lo que vi; había también cocinas, pero no me decían nada, pero los salones me decían mucho de cómo vivía esa gente. Esa ausencia que a la vez es presencia de seres humanos fue lo que me impactó».
Ahora se siente más libre. Hace los trabajos que quiere y está experimentando con el mundo multimedia. Y es optimista: «Todavía hay muchas cosas que documentar». Cree que ahora «hay demasiados fotógrafos» pero también considera que «los buenos siempre tendrán trabajo. Siempre habrá guerras y desastres». Para ella hay cosas más importantes, como que un refugiado iraquí, ya a salvo en Suecia, tenga una niña y decida llamarla Dalia. «Intenté explicarle eso a mi jefe», confiesa.