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El bombero emergente

Blanco tiene al partido incapacitado para generar el mínimo impulso autocrítico o iconoclasta

JUAN CARLOS VILORIA
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Como Zapatero como Rajoy, como Felipe González, José Blanco no sabe inglés. Tampoco es experto en economía. Y no concluyó, o mejor dicho, apenas inició, estudios de Derecho. Pero en ocho meses se le ha puesto cara de ministro, traje de ministro y maneras de hombre de estado. Hasta el punto de que en medio del terremoto que ha sacudido en las últimas semanas el palacio de la Moncloa, donde el presidente Rodríguez Zapatero se enfrenta al espejo de su optimismo atolondrado que le devuelve la imagen de un país al borde del síncope, ha emergido el antiguo becario socialista de Palas de Rei para intentar salvar los muebles de un proyecto que nació con el nombre de 'Nueva Vía' y seis años después es un montón de ruinas. Pepe Blanco es un superviviente de aquel grupo que abordó el PSOE que Felipe había dejado como un barco a la deriva y en cuatro vueltas de reloj se hizo con los resortes del poder interno, desenchufó a los barones, desconectó a los históricos y tomaron posesión de la nave como piratas del Caribe. Ahora Blanco tiene el partido en un puño absolutamente incapacitado para generar desde el interior el mínimo impulso autocrítico o iconoclasta. Y en el espacio ausente de figuras de referencia, voces autorizadas, líderes con poder y con respeto en que se ha convertido el socialismo nacional, José Blanco ha podido tomar las riendas como lugarteniente del jefe malherido para repetir el milagro de llevar el barco a buen puerto.

Aunque el vicesecretario general, traicionado por el lenguaje corporal, se señala a sí mismo cuando habla de Zapatero y es el único que le trata como un igual, es inverosímil apostar por la cábala que le sitúa como alternativa al líder o como referente del enésimo intento de reformismo socialista. Más bien se ha constituido en el utillero que intenta sostener al boxeador noqueado mientras asfixiado se recupera en el rincón. Quiere ser el gran fusible que desvíe en otra dirección el latigazo de alta decepción electoral que se dirige como un misil a Zapatero. Mientras el presidente improvisa un discurso imposible que justifique el empleo de las denostadas recetas de la derecha para cortar la hemorragia, el lugarteniente se pasea por los programas televisivos donde abrevan algunas de las tribus de electores más mimadas por el 'zapaterismo' en un desesperado intento de apagar el incendio que amenaza con arrasar todo el entramado clientelar construido en estos años. Zapatero sólo está ganando tiempo porque después de la hecatombe del domingo negro del 9 de mayo ha decidido presentarse a las próximas generales. Pero como dice un jefe socialista experimentado en situaciones de crisis, refundaciones y maquinaciones, un partido puede perder las elecciones y volver a ganarlas. Pero cuando un dirigente carismático pierde el liderazgo y la confianza jamás logra recuperarlos.