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El último refugio

El Gobierno tiene razón en que las medidas son necesarias, pero se calla que no hizo nada a tiempo por evitarlas

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El Gobierno se encuentra en su peor encrucijada política desde que Zapatero accediera al poder en 2004. Obligado a hacerse el más feroz desmentido a todo su relato sobre la crisis económica y la forma de enfrentarla, se encuentra con la necesidad de construir, sobre las ruinas del anterior, otro relato que le permita distraer la atención sobre su responsabilidad y fijarla en otro punto. El nuevo relato reposa en tres patas. Una es la de la condición inevitable y universal de los recortes. Todos estamos igualmente de mal, todos tenemos que hacer recortes: fijaos en Merkel, nos dicen, prometió bajar los impuestos y ahora se desdice de ese proyecto. Buen intento, pero no cuela. No es lo mismo bajar los salarios de los funcionarios, congelar las pensiones y eliminar subvenciones por nacimiento que aplazar una bajada de impuestos que, al fin y al cabo, como mucho supone defraudar una expectativa de lucro pero no infligir un daño actual. Es cierto que otros tienen también que hacer recortes dolorosos, pero son -como España- los peores de la clase: Portugal, Grecia, Irlanda, en menor medida Italia, es decir, los eslabones débiles de la cadena. La penitencia no es igual para todos.

La segunda pata es la de la compensación social. Vale que no le podemos evitar algún sacrificio a los 'pobres', pero, eso sí, que se preparen los 'ricos'. Y nos anuncian un impuesto para los que tienen más volumen (en la expresión zapateril), cuando se acaba de suprimir el impuesto sobre el Patrimonio, una figura fiscal confiscatoria e intrínsecamente injusta que implica lisa y llanamente volver a gravar lo que ya se gravó en tiempo y forma sólo por el hecho de que supone mucho volumen. Es decir, castigar con mayor dureza el éxito, el logro, el ahorro o la previsión. Y la tercera pata es la llamada a la colaboración patriótica de la oposición, compartiendo con el Gobierno la responsabilidad de las medidas. Esto es inevitable, por el bien de España y si no nos ayudáis a sacarlo adelante, seréis responsables de la ruina.

Este es un envite con trampa. Porque el Gobierno tiene razón en que las medidas son inevitables. Pero se calla que lo son porque no hizo, a tiempo, nada que hubiera podido evitarlas. Cada partido de la oposición calibrará lo que le conviene. Pero este relato escamotea lo que Zapatero hubiera debido hacer: proponer las medidas, reconocer que son lo contrario de lo que ha venido predicando, admitir el engaño. y dimitir. Otra cosa -es decir, lo que está haciendo- supone una forma de riesgo moral inaceptable: el que un gobernante puede prometer una cosa y hacer la contraria sin pagar las consecuencias. Por eso, el mensaje de la obligación patriótica de los demás, al margen de que efectivamente puede tener un fondo de razonabilidad, lo que de ninguna forma tiene es legitimidad. Y trae a la cabeza inevitablemente el famoso dictum de Samuel Johnson: «El patriotismo es el último refugio de un granuja».