Aparicio, herido gravísimo
Corrida sellada por una cornada y nueve toros en pista. El Cid se asienta sin redondear y Morante se muestra exquisito a la verónica El primer astado de la tarde le atravesó la mandíbula con el pitón derecho
MADRID. Actualizado: GuardarUn toro cinqueño de Juan Pedro Domecq hirió de mucha gravedad a Julio Aparicio en un lance infortunado. Descolgado de hombros, fuera de las rayas en señal de confianza, Aparicio estaba toreando de muleta. Era la cuarta tanda de una faena de fácil dibujo. En la salida de un muletazo con la izquierda, desplazado por la culta del toro y en un mal paso Aparicio cayó al suelo. No en la cara del toro pero casi. Escapó como pudo de la jurisdicción del toro pero al intentar incorporarse tuvo la mala fortuna de volver a tropezar y caer de cara, y echarse encima la muleta.
Aunque las cuadrillas llegaban al quite en el momento preciso, el toro hizo presa con el torero por el cuello y, certero, le atravesó la boca con el pitón derecho. Era un toro muy astifino. La sangre empezó a manar por la herida y en un momento se tuvo sensación de cornada fatal. Las asistencias condujeron prestas a Aparicio a la enfermería. Hora y media después se facilito el parte médico de pronóstico muy grave: herida de una trayectoria en la mandíbula que penetró en la cavidad bucal, atravesó lengua y paladar y produjo factura del maxilar superior. Aparicio fue trasladado al Hospital 12 de Octubre de Madrid para una posterior intervención quirúrgica.
Morante mató el toro que hirió a Aparicio y, corridos los turnos, mató los otros dos de turno impar. El Cid, los pares. Hubo, para sustituir a Manzanares, un oscuro enredo palaciego y a la hora de la verdad decidió el destino. La corrida de Juan Pedro llevaba dentro cuatro toros de buen aire y dos que no tanto. Dos de los cuatro propicios estaban en el lote de Aparicio. Por delante, y abriendo corrida, un cinqueño jabonero, acarnerado, muy en el cruce de Veragua-Tamarón tan propio de la ganadería; y, de cuarto, uno negro muy bien hecho, de aparatosa cara pero recogida la cuerna.
Con clase ese cuarto, que iba a ser por accidente el último de corrida. Bueno el jabonero, que galopó, se empleó con suavidad y, sin romper del todo, salió más que manejable. Aparicio lo toreó de salida con compás. Media de remate muy airosa. La faena estaba fluyendo segura cuando se produjo el trágico percance. Morante le pegó al toro de la tragedia cuatro pasmosos muletazos con la izquierda, que fueron los de la igualada, y, a paso de banderillas, media estocada.
Morante sólo pudo matar uno de los dos toros de Juan Pedro que tenía firmados, un tercero jabonero que perdió las manos y el aire a los diez muletazos. Estaba revuelto el ambiente y se forzó la devolución del toro la primera vez que perdió las manos. La gente estaba con El Cid desde el comienzo. Como si fuera el equipo de casa. En un mal cálculo, El Cid salió empalado y revolcado por el segundo, que tuvo bondad sumisa pero se aplomó enseguida.