IGUAL DA
Confiéselo, usted también ha tenido la tentación de decirle a Zapatero cómo se arregla esto de la crisis. Y como no hay quien le hable, se ha contentado con comentarlo con el primero que se le ha puesto a tiro.
Actualizado:Llevamos un par de semanas sacando a pasear a ese pequeño economista que todos llevamos dentro y que no para de darnos soluciones para lo que se avecina. Confiéselo, usted también ha tenido la tentación de decirle a Zapatero cómo se arregla esto de la crisis. Y como a Zapatero no hay quien le hable en los últimos tiempos, se ha contentado usted con comentarlo con el primero que se le ha puesto a tiro en la oficina, en el bar y hasta en el rellano de la escalera. Que si yo quitaba tanto subsidio, que si suprimía tanta vicepresidencia, que si sobran muchos ministerios, que a santo de qué tenemos que pagar asesores, que si tantas subvenciones, que si la propaganda. Total, que nunca pensó que tenía tanto en común con Rajoy hasta que no le ha visto las orejas al lobo. Y mira que con el lobo nos ha pasado lo que a Pedro el del cuento. Tanto avisar que venía, que cuando realmente se presentó, tenía para elegir a la oveja que quisiera. Así de borregos somos. Y eligió a los funcionarios.
En este país, acuérdese de Larra, ser funcionario nunca ha sido sinónimo de trabajador. Los funcionarios, para el común de los españoles, son aquellos elegidos que entran a la oficina -si no están de baja- cuando quieren y salen cuando les viene en gana, desayunan cuatro veces, atienden al público de malos modos y ponen en práctica toda su inoperancia en cuanto el ordenador se lo permite. Son aquellos que, con más vacaciones que nadie, viven del cuento porque un día aprobaron unas oposiciones y aquel esfuerzo -mínimo, piensan- los ha convertido en una carga para el erario público.
Son aquellos que mientras a su alrededor cerraban empresas y se hacían recortes de plantilla, mientras reducían salarios y derechos, seguían instalados en el estado del bienestar recubiertos de una halo que decía «somos intocables».
Y entonces, cuando todos estábamos ya hartos de oír lo de los PIGS como el que escucha llover, llegó Europa -sí, ese ente que presidimos y al que íbamos a sacar de la crisis- y nos pegó el recorte. Un recorte de quince mil millones de euros -me niego a escribir tantos ceros- que no tenía el Gobierno otro sitio de dónde sacar más que el bolsillo de los funcionarios. De los médicos, de los militares, de los maestros, de los enfermeros, de los policías, de los administrativos, de los conserjes. y siga usted, que lo sabe tan bien como yo, porque en ciudades como esta la mayoría somos trabajadores públicos. Y así, desde junio y hasta diciembre, según la secretaria de Estado de la Función Pública, tendremos un cinco por ciento menos para gastar y para consumir. Porque de eso se trata, si el Presidente ahorra, también ahorraremos nosotros, suprimiendo el café de media mañana, aprovechando la ropa de la temporada pasada, tomando en casa la cervecita de los viernes y alquilando -iba a decir bajando de Internet, pero creo que es delito- la última película que quisimos y no pudimos ver en el cine. Somos la clase media, la «Middle Class» que Zapatero ni quiso ni se atrevió a definir «todo el mundo entiende lo que significa ese concepto» dijo y se quedó tan ancho. Yo también sé lo que significan otras cosas, pero se lo diré en las urnas.
Porque no me sirven argumentos como el de Mamen Sánchez «Es duro, pero muy necesario», --que me recuerdan al anuncio del milka «es blanco, pero muy bueno»- argumentando lo oportuno de esta medida ahora que se ha iniciado «la senda del crecimiento económico» -¿dónde, por Dios?- y se ve la puerta de salida a una crisis provocada por los poderosos -vaya- . Ni me sirven argumentos como el de Blanca Flores -más bien son excusas- diciendo que «"manifestarse en contra de lo que está pasando podría ser entendido como un gesto de insolidaridad». Ni me sirve la inconcreción de la ministra Salgado sobre las rentas más altas a las que tampoco se atrevió a poner nombre. En fin.
Que mientras todos hemos visto como el gasto público se disparaba en un sentido o en otro -no me hagan recordarlo más-, mientras todos tenemos en mente a más de uno y más de dos asesores, directores generales y hasta ministros/as, mientras nos regalaban el oído y el bolsillo con falsas medidas de conciliación familiar y pamplinas varias, mientras todos recibimos con estupor aquellos cuatrocientos euros que fueron como los cuatrocientos golpes de Truffaut, no pasaba absolutamente nada. Nada. A ver lo que pasa ahora.
Porque ninguna de las novedosas políticas sociales de este Gobierno ha servido para nada. Bueno, sí, para mosquear al personal. Como muestra ese botón que tan a gala llevan, el Ministerio de Igualdad, ese al que todas las miradas se dirigen cuando alguien saca el tema del cinco por ciento. Ese que el Partido Popular quiere fusionar con el de Vivienda, ese que lleva luchando por la corrección lingüística desde tiempo inmemorial, ese que vela porque hombres y mujeres caminen juntos. Ese, no sirve para nada. Si no, que se lo digan al Sindicato Autonomía Obrera-SAT en el Hospital Puerta del Mar, que desde que se aplica el Plan de Humanización Perinatal -que consiste en que el niño y sus padres estén juntos desde el momento de nacer- no paran de recibir denuncias de padres que se quejan de que los niños llegan a la habitación antes que la madre, dejándolos en manos de sus papás «sin que la mayoría de ellos tenga la mínima experiencia». Vaya tela. A eso se le llama Igualdad. Da lo mismo. Igual da.