Miguelín y nosotros
Nuestra desmesura con los niños apenas disimula el deseo de vivir en un mundo eternamente infantil
Actualizado: GuardarLa estrella del pabellón español en la Expo de Shanghai se llama Miguelín. Es un robot con aspecto de bebé gigante, que mide seis metros y medio de altura, sonríe, balbucea y te mira. ¡Qué prodigio de la técnica moderna! Dicen que los chinos van a hacerse millones de fotos con él. Se supone que es el anzuelo para que los visitantes descubran todo lo que España puede ofrecer al mundo. Miguelín representa el futuro, el futuro que queremos para nuestros hijos. Un futuro en el que no pueden faltar los beneficios de las energías renovables, la tolerancia, la igualdad, la dieta mediterránea, el castellano como idioma universal, y seguro que mucho más. Un poquito de todo y que no falte de nada.
No quiero ser iconoclasta, pero me entran algunas dudas. De entrada, y quizá por el tamaño, porque Miguelín me parece algo grandilocuente. Cuentan que a los chinos les gustan mucho los niños, ahora que han logrado controlar la natalidad. Pero un bebé de ese tamaño, asusta un poco. Además, no acabo de ver claro qué significa. Puede ser cosa mía, y que no lo haya entendido bien, o quizá sea que el mensaje es demasiado explícito. Si la imagen no miente, Miguelín representa sencillamente lo que nosotros nos imaginamos que queremos ser, bebés en grande, grandísimos bebés, aunque, eso sí, cargados de buenas intenciones.
Si hay algo de cierto en esto, si Miguelín somos nosotros, creo que no deberíamos preocuparnos tanto por la imagen de España en China, como por la imagen que tenemos de nosotros mismos. Habría mucho que decir acerca de la hiperprotección de la infancia en nuestros días, y de sus causas. Nuestra desmesura con los niños apenas disimula el inconfesable deseo de vivir en un mundo eternamente infantil, un mundo de posibilidades indefinidamente aplazadas. Como si lo más valioso de la vida fuera eso, lo que se vive en la infancia. Pero a Miguelín no podemos pedirle que se meta en estas cosas. No tiene edad para eso y además es un robot, así que no se le aplica eso de la minoría de edad culpable. Miguelín no está programado para la autocrítica. Él lo único que sabe es repetir mecánicamente -¡nunca mejor dicho!- la suma de nuestros mejores deseos.
Se dirá, con otro tópico, que el proyecto Miguelín consigue llevar hasta las antípodas una pequeña dosis de nuestros mejores valores, en un lenguaje que todo el mundo entiende. Tampoco esto me lo creo. No sé si ese robot transmite algo o no, pero si lo hace no creo que transmita lo mejor de nosotros mismos. Reconozco que el pobre no tiene culpa y, al final, yo también estoy dispuesto a disculparlo. No faltan razones. El pobre Miguelín ha sido diseñado antes de la crisis, y se nota.