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Manuel Francisco Reina y la emperatriz de Gades

JUAN JOSÉ TÉLLEZ
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Hubo tiempos en que Andalucía no se llamaba Andalucía, sino la Bética. Y enviaba emperadores a Roma, en vez de emigrantes con maletas de cartón. Ocurrió con Trajano y con su sobrino Adriano, por ejemplo, que no sólo fueron emperadores sino que tuvieron lo suyo de hijosdeputa. Quizá porque nadie pueda gobernar un imperio sin tener gatos en la barriga ni el enchufazo de un pariente.

Adriano tenía su no se qué de Berlusconi y se anticipó varios siglos al nazismo al sojuzgar al pueblo judío hasta extremos insospechados por entonces. No le fue mejor a su esposa, Vibia Sabina, sobrina de los Balbo de Cádiz. Detrás de un gran hombre, siempre hay una mujer sorprendida. Detrás de un mamón, suele haber una mujer rota. Y eso es lo que presupone Manuel Francisco Reina, en su nueva novela 'La emperatriz amarga' que hoy presenta en Cádiz y el viernes en Jerez.

Reina, sobrado poeta, crítico y ensayista, ya había velado armas como narrador. Ahora, de la mano de su admirada Pilar Paz y de otros incondicionales, no prescinde de la poesía pero tampoco de la crudeza a la hora de aproximarse a la peripecia vital de una mujer que recibió el título de Augusta y que a pesar de estar próxima al poder, nunca fue suyo. Con una buena digestión de Bertolt Brecht, Manuel Francisco Reina utiliza el pasado para contarnos, en realidad, el presente: este texto no habla de emperatrices malditas como Sissí sino de mujeres maltratadas a diario como tantas cuyo nombre no suele pasar a la historia con mayúsculas.

Paisano de aquella Sabina de Gades, gaditano natural de Jerez, Manuel Francisco Reina ya sabe que la literatura no tiene por qué ser en exclusiva un espejo de sí mismo sino un reflejo de lo que nos rodea. De ahí su valiente descripción de un mundo que no nos resulta ajeno a pesar de los siglos transcurridos. Se desconoce si en realidad fue Adriano quien ordenó envenenar a su desgraciada esposa, pero aunque no fuera cierto, suficiente veneno le inoculó durante largos años de una relación profundamente infeliz.

A través del relato, no sólo aflora los contraluces de una relación doméstica sino la descripción de un mundo tan culto como terrible, el de aquel Imperio sobre el que construimos una civilización sin guardar demasiada memoria de sus terribles barbaries. Siglos más tarde, Manuel Francisco Reina le hace justicia a una mujer pero también a los contemporáneos que cargaron sobre sus espaldas el peso de los oropeles de Roma. Un aviso a navegantes: los sueños imperiales siempre producen monstruos. Incluso en los tiempos actuales.