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Opinion

Garzón, defenestrado

La manera de actuar de Varela demuestra que éste y otros magistrados «le tenían ganas»

JOSÉ MARÍA CALLEJA
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La salida del juez Baltasar Garzón de la Audiencia Nacional demuestra de manera empírica que las pasiones tristes entre los jueces pueden tener consecuencias nefastas para la imagen y funcionamiento de la Justicia. Además de por otras razones, la defenestración de Garzón se explica por las antiguas rencillas entre el juez Luciano Varela -y otros para los que éste ha sido un ariete- con el magistrado más nombrado en los últimos meses.

No sé si hay otro gremio -quizás algunos catedráticos y profesores universitarios- que mantenga por más tiempo y de manera más enhiesta la lucha a garrotazos adobada de altos egos y con vitola de suficiencia académica o leguleya.

La manera de actuar de Varela demuestra que éste y otros magistrados «le tenían ganas» a Garzón por actuaciones previas del juez ahora estrellado, que querían ir a por él por envidia, celos y otras plantas arborescentes vinculadas al elevado concepto que los implicados en estas refriegas poseen de sí mismos. La diferencia entre estas pasiones tristes y otras similares que corroen al resto de los humanos, es que un magistrado que quiera ventilar cuentas pendientes tiene un arsenal de recursos a su alcance que hacen que pueda llegar a ser demoledor para la presa.

Hay, además, otra instrumentación añadida de la Justicia en la persecución de Garzón, Varela ha desoído al fiscal, que no veía delito en la actuación del magistrado respecto de la memoria historia, ha hecho caso a dos acusaciones particulares de corte franquista -les ha asesorado, incluso, para que afinaran su puntería-, y ha actuado con una urgencia que para sí quisieran tantos españoles eternizados en lentos procesos judiciales. Varela y otros del Supremo han mordido en Garzón para no soltar la pieza hasta lograr su objetivo: que no vuelva a pisar la Audiencia Nacional.

De manera que la mezcla de rencillas personales y persecución ideológica ha dado con los huesos de Garzón en las afueras de la Justicia española, con el desastre añadido de la muy mala imagen que se ha exportado como país a otras partes del mundo. La ejemplar transición democrática ha dado paso en la prensa extranjera a una foto de España como país que aún no ha superado el franquismo del todo.

Garzón es un juez igual de bueno o malo ahora que cuando instruyó los GAL recién salido del Gobierno socialista; es igual de bueno o malo que cuando llegó a la conclusión de que ETA no eran sólo los comandos y encarceló a la mesa nacional de HB. La diferencia es que ahora Garzón ha tocado el pasado franquista y que se le han desbordado los enemigos que cosechó durante años de protagonismo.