Imponente Alonso
El australiano Webber, de Red Bull, se alzó con su segunda victoria consecutiva y se convierte en el nuevo líder del Mundial Inmensa remontada del español, de último a sexto gracias a su pericia y a la estrategia
MÓNACO. Actualizado: GuardarEl nervio competitivo de Fernando Alonso lució de nuevo en Mónaco. Lo hizo en la peor de las condiciones y en la que mejor se desenvuelve él. El callejón sin salida, el tipo de tugurio que requiere una respuesta eficaz, solvente, de un especialista en arreglar situaciones. Su rendimiento fue tremendo, el propio de alguien que no acepta convivir con la resignación. Salió último, desde la profundidad del 'pit-lane', y terminó sexto después de una carrera que consumió a bocados. La estrategia agresiva de Ferrari (un cambio de neumáticos en la primera vuelta aprovechando la presencia del coche de seguridad) y su pericia al volante devorando coches más lentos lo transportaron hacia su lugar natural. Hubo otro triunfador en el puerto de Mónaco: el coche Red Bull. Webber ya no es la mano tonta de la familia. Ganó a Vettel y es el nuevo líder del Mundial.
La liturgia varía cuando cambia la rutina. Alonso salió desde la calle de los garajes y quince minutos antes de que todo comenzara, parecía otro piloto, otra persona. En el box Ferrari, departía con su ingeniero Andrea Stella sentado sobre una banqueta, mientras los mecánicos se afanaban en el coche con unas tiras blancas. Cuando emprendió la marcha llevaba cosido el secreto al auricular: iba a parar un minuto y medio después.
Y comenzó a facturar su remontada gracias a los Williams. El accidente de Hulkenberg en el túnel en la primera vuelta agilizó el plan. Con el coche de seguridad en la pista, se fue directo al box y lo apostó todo a un número, como esos personajes de la serena decadencia que pueblan el casino de Montecarlo y sus alrededores. Se arriesgó con una estrategia diseñada por Ferrari que siempre conviene saludar: no vale de nada quedarse con las ganas en cualquier faceta de la vida. Sustituyó los neumáticos blandos por los duros (el reglamento obliga a un cambio por carrera) y con el compuesto más resistente, decidió aguantar hasta el final.
Comenzó entonces una cabalgada singular. Cada vez que se aproximaba a un piloto, la lupa ibérica inspeccionaba al sujeto como en aquellos festivales de Eurovisión en la que los votos se repartían por simpatías inconexas. Para empezar, Di Grassi. Joven, ambicioso, resuelto, media vida buscando un volante en la F-1. Le costó mucho al asturiano zanjar el pulso con el brasileño a la salida del túnel. Y en algún momento saltaron chispas. Vino luego un espadachín elegante, reacio a las peleas cuerpo a cuerpo. En Trulli no encontró oposición.
A Timo Glock, el del adelantamiento de Hamilton en la última carrera de Brasil 2008, lo rebasó con un frenazo bestial en la bajada del túnel hacia el puerto. Y a Kovalainen, con una finta por la derecha como si regatease en Maracaná.
Gracias a ese ejercicio de equilibrista que le ocupó 16 vueltas, Alonso se colocó en situación de ejecutar su segunda parte del plan. Succionar a la mitad de la parrilla, que debía parar a cambiar neumáticos. Funcionó y por las tragaderas cayeron casi todos: Liuzzi, Barrichello, Buemi, Petrov, Alguersuari, Sutil, De la Rosa, Kobayashi, Schumacher, Rosberg... En 28 vueltas había conquistado 18 puestos: del último, al sexto.
Mientras Webber se paseaba en pos de su segunda victoria consecutiva, los coches de seguridad se ponían de parte de Alonso. Hubo cuatro y los tres últimos aliviaron el desgaste de sus neumáticos duros, que aguantaron 77 vueltas sin rechistar. Llegado al sexto puesto, la empresa se había terminado. Delante volaban los mejores: Webber, Vettel, Kubica, Massa y Hamilton.
En la última curva, con el coche de seguridad regresando a su guarida, el viejo zorro Schumacher rebasó al español. Maniobra ilegal que no alteró el orden establecido y que aprieta el Mundial hasta límites insospechados. Gobiernan los Red Bull, pero Alonso está ahí, al acecho.