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El último mono

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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Apesar de la connotación negativa de la expresión «el último mono», a veces, los que están situados en ese lugar, además de sentirse más cómodos, si son hábiles, pueden gozar de notables ventajas. En ocasiones, el último es quien más ríe y quien menos sufre. No hay duda de que, mientras el primero sólo puede aspirar a mantenerse en esa situación, el último es quien posee mayores porvenires posibles: el cenit, como es sabido, conduce inexorablemente a la tarde y a la noche. Es cierto que los primeros en llegar a la meta obtienen el premio y los aplausos, pero también es verdad que esos premios pueden contener trampas mortales y que esos aplausos encierran frutos amargos. Los últimos provocan menos alabanzas y, también, menos envidias. Los corredores de fondo saben muy bien que, para alcanzar el triunfo final, es preferible mantenerse durante la carrera en el segundo o en el tercer lugar.

En estos tiempos preelectorales en los que los diferentes partidos elaboran las listas de candidatos, asistimos al espectáculo bochornoso de las luchas internas de los militantes que, para ser los primeros y encaramarse en las poltronas, pisotean todo lo que encuentran a su alcance. Son esos conciudadanos que, impulsados por un afán incontrolado de ascender, no reparan en la dimensión ética de los medios y de los instrumentos que emplean: parten del supuesto de que el fin justifica los medios. Esos «trepas» para subir escalones y para escalar puestos, igual que las plantas, desarrollan sus garras para agarrarse a cualquier resquicio y se alimentan, no para robustecer su tronco, sino sólo para alargar su endeble tallo; por eso, cuando pierden el soporte, caen irremisiblemente a tierra corriendo el riesgo de ser pisoteado.

El «trepa» es un ventajista, un aprovechado de las gangas, un oportunista que lo mismo se compra que se vende; es un maestro en las argucias; es un fullero que hace trampas en los juegos; es un timador que quebranta la lealtad y la fidelidad; es un «vivo» que traiciona a los amigos; es un «caradura» que engaña a los compañeros; es un estafador que es infiel con los jefes y adulador con los superiores. El «trepa», de manera inevitable y fatal, cae desplomado por el peso de su incontrolada ambición, por el lastre de su insaciable codicia y por la gravitación de su ansiosa avaricia.