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LA HOJA ROJA

MALOS TIEMPOS

Por mucho que lo hayamos evitado comienzan a salir los créditos del final de la película: se acabó el cheque-bebé, la barra libre de medicamentos, el alegre jubilado y ser un país europeo y europeísta

YOLANDA VALLEJO
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No es que sean malos tiempos para la lírica, simplemente es que son malos tiempos. Ya lo sé. A usted también le cabrea mucho que le rebajen un cinco por ciento su sueldo. Y lo sé porque en esta ciudad el que no es funcionario cobra una pensión, o una prestación, o un subsidio o como se llame esa especie de caridad burocrática en la que vivimos casi todos. Son malos tiempos para la lírica, para la épica -ya no es cosa de héroes subsistir con menos de quinientos euros-, y para la dramática. Aquello que los clásicos llamaban la 'mueca de Talía' se ha convertido en el gesto nuestro de cada día. Teatro. Era todo puro teatro. 'El Show de Truman' al descubierto, sin trampa ni cartón. Bueno, con trampas sí, como todos.

Decía Calderón que nada era verdad ni mentira, que todo dependía -recuerde- del cristal con el que se mire. Nada ha cambiado desde entonces, excepto el cristal que, blindado, insonorizado y hasta tintado, nos mantiene aislados de la realidad. Nada es verdad ni mentira, todo depende de la emisora de radio que escuche cada uno. Las hay apocalípticas e incendiarias para las que al mundo le quedan un par de vueltas y las hay tan benévolas que si uno las escucha se muda para siempre al 'país de las maravillas' que este Gobierno construyó como un mundo paralelo en el que existían la igualdad, las ayudas sociales, los avances tecnológicos y donde los perros se ataban con longaniza. 'Nada de esto fue un error', que cantaba Julieta Venegas, ¿se acuerda? 'Tengo una mala noticia, no fue de casualidad'. Pues no. No es casualidad que los tsunamis siempre nos cojan por sorpresa y arrasen lo que les salga al paso, lo que se encuentren por el camino. Y en ese camino estamos todos. Usted y yo.

Que se acabó la diversión, que llegó EE UU y mandó a parar. Por mucho que lo hayamos evitado, empiezan a salir los créditos del final de la película. Que se acabó el cheque-bebé y la barra libre de medicamentos. Que se acabó lo de ser un alegre jubilado. Que se acabó lo de ser un país europeo y europeísta -¿no fue el Presidente el que dijo que gracias a nosotros saldría Europa de la crisis?-. Mejor ni acordarse de lo que dijo el Presidente en su discurso de investidura, aquello de aumentar el salario mínimo, las pensiones, aquello de acortar las jornada laboral de los que tengan niños -bueno, quizá quería decir que el desempleo es un manera de acortar la jornada laboral-, aquello de «Nuestro país no sacrificará el progreso social». A lo mejor sí estaba equivocada, y son tiempos para la comedia o el drama, incluso para el sainete y para algunos géneros de los llamados ínfimos como la sicalipsis o el vaudeville, quizá para la saudade, ahora que todos vamos a hablar portugués.

Y mientras el universo se desmiembra -de desmembrar, no de lo de la ministra- hagamos lo que decía Juan del Encina, «comamos y bebamos, que mañana ayunaremos». Y como no sólo de pan vive el hombre, aprovechen los últimos días para visitar la Feria del Libro que este año celebra sus bodas de plata dedicando la muestra al que fuera perito en lunas, el rayo sujeto a una redoma, Miguel Hernández, del que resuenan más que nunca sus versos «Tengo estos huesos hechos a las penas». Como si fuera uno de los nuestros.

A la Feria del Libro le costó -y mucho- acostumbrarse a andar entre casamatas y humedades. Pero el tiempo, como con los vinos, ha sido benévolo con ella y ya se ha consolidado como una de las citas ineludibles de la primavera gaditana, la corrección estilística es que da mucho juego. El escenario y los personajes, encajan. Y eso que a muchas de las presentaciones de libros se les podía aplicar lo que José Luis García Martín dice en su Gabinete de Lectura «Todo lo que viene muy recomendado, resulta sospechoso». Lo que aún no han terminado de cocinar es el argumento de la obra. No se puede encargar a la improvisación un programa de actividades paralelas porque siempre pasa lo mismo, que parece que aquello lo ha ideado uno que pasaba por allí en el último momento. Si alguien piensa que con darle a un niño un folio y unos cuantos lápices de colores, o rodearlo con una tela azul y decirle que es una oruga está haciendo algo productivo para el niño o para la lectura es que también procede del planeta de ZP donde habitan los teletubbies. Es una empanada en la que se siguen distinguiendo mucho la masa y el relleno, aunque el relleno cada vez es más grande. En fin.

Lo sé, lo sé. Hay cosas peores. Cosas que con más medios económicos, técnicos y humanos resultan la misma tomadura -o más- de pelo. Cosas a la que usted sí le aplicaría no un cinco, sino un cincuenta por ciento de descuento y seguirían siendo igual de mamarrachas. Pero no es lo que toca ahora. Ahora toca buscar un refugio para cuando empiece la tormenta, porque hasta el momento lo que han caído son cuatro gotas. Y mientras llega la ola del cinco por ciento, no lo olvide, apague la radio porque vivimos en la ciudad que sonríe. Ya lo dijo Miguel Hernández «Eludiendo por eso el mal presagio de que ni en ti siquiera habré seguro, voy entre pena y pena sonriendo». Háganle caso.