Zapatero, en un momento del debate en el que explicó las medidas del Gobierno para atajar el déficit público. :: JAIME GARCÍA
ESPAÑA

El día en que Zapatero perdió el idealismo

«No es fácil para el Gobierno aprobar las nuevas medidas que les voy a anunciar», reconoció abatido el presidente del Gobierno

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Como un David vencido por Goliat. Así se presentó ayer José Luis Rodríguez Zapatero ante el Congreso. La economía ha podido con un idealismo que parecía hecho a prueba de bombas, hasta sepultar las, hasta ahora, líneas rojas e infranqueables de su política. «No es fácil para el Gobierno aprobar las nuevas medidas que les voy a anunciar y la dificultad no se aminora por el hecho de que estemos convencidos de su necesidad», confesó abatido al poco de iniciar su discurso.

Casi nadie podía imaginar hasta dónde iban a llegar los recortes. Ni siquiera, quizá menos aún, sus propios correligionarios. La cuestión había sido abordada el lunes en 'maitines' y en la ejecutiva. Pero el grueso del grupo parlamentario desconocía que cuando Zapatero anunció, el viernes pasado, casi de madrugada, que aceleraría el plan de ajuste del déficit se estaba refiriendo a bajar el sueldo a los funcionarios o, más dramático aún para los socialistas, a congelar las pensiones.

El golpe habría sido menos duro si esas no hubieran sido durante toda la legislatura dos baluartes para el PSOE, anatemas sólo concebibles para un Gobierno conservador. Si algo ha echado en cara el jefe del Ejecutivo al líder de la oposición en los muchos debates económicos mantenidos es que José María Aznar congelara el salario de los empleados públicos en 1996, y si algo han repetido los socialistas hasta la saciedad es que con el PP peligraría el poder adquisitivo de los pensionistas. «Saldremos de esta crisis sin dejar a nadie en la cuneta» fue, durante meses, una frase machacona.

Aparcar valores

Desarmado tras la semana más negra de los últimos tiempos para las bolsas europeas pero, en especial, para la española, Zapatero declaró solemne que había llegado el momento de «asumir las cosas con toda su crudeza» y aparcar, siquiera momentáneamente, valores y convicciones.

El presidente del Gobierno ni siquiera trató de enmascarar el volantazo dado y reconoció que son los «menos favorecidos», los mismos que «nada han tenido que ver con el origen, el desarrollo y las fases de la crisis», dijo, los que «mayoritariamente, de nuevo, deben contribuir a los esfuerzos necesarios para corregir» sus efectos.

La culpa, según él, es de los especuladores que «sin razones objetivas» lanzaron un brutal ataque contra el euro. Como una letanía repitió una y otra vez: «Nadie podía prever una crisis como la que se produjo en los mercados de valores...».

No fue un argumento que comprara Mariano Rajoy ni tampoco el líder de CiU, Josep Antoni Duran i Lleida, ni el del PNV, Josu Erkoreka, ni el de ERC, Joan Ridao. Todos insistieron en que el Gobierno podría haber evitado llegar a este punto de haber actuado antes. La izquierda, IU e Iniciativa per Catalunya, más dispuesta a admitir la responsabilidad del capitalismo, echó en cara en cambio a Zapatero que un Gobierno socialista recurra a un «ajuste antisocial que se ceba con los más débiles».

Curiosamente, esa fue la misma bandera que enarboló Rajoy. El presidente del PP -que también había repetido hasta la saciedad que, llegado el momento de tomar decisiones difíciles, su partido estaría al lado del Gobierno-, no se resistió a recordar las muchas ocasiones en las que Zapatero se negó a un mayor recorte del gasto. «Se acabó; ahora tiene lo que se ha buscado con tanto ahínco: trabajar al dictado de otros», reprochó. Su apoyo no será tan barato como prometió.

No lo será, según el líder de la oposición, porque, por «sus antecedentes», el presidente del Gobierno no se «merece» un 'cheque en blanco' y porque los populares defienden que antes de tocar el bolsillo a los jubilados pueden afrontarse otras medidas como evitar solapamientos de gastos de las distintas administraciones con organismos repetidos.

«No es razonable que se recorten los derechos de los pensionistas cuando proliferan oficinas de comercio autonómicas en el exterior», remarcó el líder de la oposición. «El mayor recorte de los derechos sociales de la historia de la democracia -tronó- es el que usted trae a esta Cámara; por eso también pasará a la Historia».

Rajoy estaba envalentonado por el hecho de que hace tan sólo una semana Zapatero había defendido que el PP se equivocaba, que el recorte del déficit no podía ser drástico porque comprometería el crecimiento económico. Ahora esas palabras son papel mojado porque, según los socialistas las circunstancias han cambiado y no entenderlo sí que habría lastrado la economía. «Llegado este momento era 'susto o muerte'», defendía coloquialmente en los pasillos una dirigente del PSOE.

Con todo, y pese a lo mucho que se había calentado el ambiente en los días previos, nadie salvo la diputada de Unión, Progreso y Democrcia, Rosa Díez, pidió elecciones anticipadas. E incluso Rajoy se olividó de las demandas tremendistas y dijo estar dispuesto a hablar sobre las medidas anunciadas.