Tal vez no, tal vez CIS
Los analistas parecemos arúspices leyendo titulares como si fuesen posos de café
Actualizado:El barómetro del CIS parece retratar la misma confusión reflejada por un analista británico tras sus comicios: «el pueblo ha hablado, pero a ver quién entiende lo que ha querido decir». En Reino Unido desentrañan el mensaje de cambio pero sin cambio neto al no haber mayoría en un sistema de mayorías, así que pueden especular sobre las perversiones del sistema, la geografía del voto, el magnetismo de los líderes o los espejismos mediáticos, y en esa coctelera lo mismo cabe también el descontento por las vacaciones frustradas en primavera bajo la nube de ceniza o el fracaso en la 'Champions'. Aunque exista la tendencia a sacar la navaja de Occam para cortar los debates con explicaciones simples, no siempre son simples. Con la lectura del barómetro del CIS ocurre algo semejante: ahí se puede ver la esperanza en los brotes verdes, un varapalo al acoso destructivo del PP, el dontancredismo del presidente, el hedor de la trama Gürtel, y si se quiere la sociología de un país narcotizado por el tomate sálvame de luxe. Tal vez sea todo, tal vez algo más, tal vez no, tal vez CIS. Sólo tal vez.
De momento los analistas parecemos arúspices explorando los titulares como si fuesen hígados de oca o posos del café, quiromantes desconcertados leyéndole la mano a la actualidad. De repente hay un golpe de oxígeno inesperado para el PSOE, tal vez cocinado por el CIS o tal vez no, tal vez un éxito estratégico de Moncloa, tal vez por el ventajismo irresponsable de postergar los sacrificios; y hay un cierto castigo al PP, tal vez por su liderazgo torpe o tal vez penalizado por sabotear todos los consensos, con el instinto marrullero de Bilardo al grito de «al enemigo ¡písalo! ¡písalo!»; pero todo esto resulta paradójico cuando la mayoría dice ver mal la economía o la situación política, y a peor. A saber. Al final esos datos sociométricos destilados en el alambique de la actualidad son gaseosos. A pesar de la solidez petulante de los veredictos, a menudo no hay más certeza que aquello de Lola Flores: ¡qué sabe nadie!
No obstante hay algo, más allá de la confusión, que sí se comprende meridianamente: el hartazgo de los ciudadanos con la casta dirigente y su forma de hacer política, el hastío ante la insensibilidad de las tácticas de marketing dictadas por los cabezas de huevo, la desconfianza corrosivamente transversal en la ética y la categoría de una generación de políticos surgidos del 'sistema de selección inversa' que promociona a los mediocres provocando la fuga de cerebros. En definitiva los ciudadanos señalan a los políticos como tercer problema nacional sólo por detrás del paro y la economía, calificando a los líderes con suspensos bochornosamente bajos. Eso es un hecho. No tal vez. Absolutamente.