Cartas

Ayuda envenenada

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Hace ni dos meses, a mediados de marzo, me llegaron por fín los primeros 210 euros de la Ayuda de Emancipación Joven que tenía concedida desde noviembre (ya se sabe, las cosas de palacio van despacio). Hasta ahí bien. Saltos y hurras.

Pertenezco a ese desalentadoramente amplio elenco de menores de 30 años que con su vergonzoso sueldo no llega a sufragarse el maravilloso camarote reconvertido en vivienda de veintitrés metros cuadrados en el que vivo encogida desde octubre. Dos carreras, un trabajo mediocre, de lo mío, con un canto en los dientes, oye, y mi cubículo en El Puerto.

Y entonces, ¡sorpresa! ¿Qué te pensabas? ¿Que te podías gastar la ayuda que has solicitado para pagar el alquiler en pagar el alquiler? ¡Ja! ¡Hacienda quiere lo suyo! Y lo quiere de tu tela. No lo quiere de quien declara embolsarse 9.000 euros al mes mientras ojea ocioso la prensa económica en su estupenda quinta vivienda de la Costa Azul, por ejemplo. Qué va. Tampoco la quiere de quien rellena los botes de legumbres con billetes de 500., no, no. ¡Quiere tu dinero!

Así que nada, trágate la píldora y calla. Y paga. Por supuesto, paga. Es indiferente que no se haya explicado de forma correcta que había que declarar la ayuda. Es indiferente que esta noticia bomba caiga cual puñalada trapera sobre bolsillos vacíos. Indiferente que te hayas gastado la ayuda en pagar el alquiler e indiferente que miles de otros como tú estén mirando cara a cara la miseria. Paga y punto. Que Hacienda somos todos.