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Riesgo para la democracia

De vez en cuando, pero con insistencia, en la refriega entre partidos sale a relucir el argumento de que la democracia está amenazada

ANDREA GREPPI
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Sería ingenuo tomar al pie de la letra las declaraciones de los políticos cuando juegan a ser líderes de opinión y se dedican a jalear al auditorio de los ya convencidos. No obstante, lo que se dice en esas ocasiones, y cómo se dice, importa y conviene prestarle la atención que merece. En estos últimos días, por ejemplo, tanto en el discurso del Gobierno como en el de la oposición ha vuelto a aparecer el mensaje de que la democracia está en riesgo. ¿Viene a cuento este argumento? ¿Es verdad, o no lo es, que existe un riesgo para la democracia?

Los acontecimientos más recientes muestran que la democracia está amenazada por la crisis financiera y económica. Hay un riesgo evidente en el hecho de que movimientos opacos de capitales puedan desestabilizar naciones y regiones enteras. El riesgo es aún mayor si resulta que una abrumadora mayoría de la población rechaza, como sucede probablemente en Grecia, las medidas necesarias para responder a la crisis. La propia Unión Europea está en riesgo si se confirma que las estrategias para la defensa de la moneda común dependen de lo que pueda pasar en unas elecciones locales en Alemania o, simplemente, del juego partidista en cada país.

Se dirá que ésta es tan sólo una visión parcial de la situación. Con una perspectiva bastante más amplia, Freedom House, una conocida institución independiente norteamericana, viene realizando desde los años 70 una encuesta sobre el estado de la libertad en el mundo. En su informe de 2009 constata que, por cuarto año consecutivo, el desarrollo de la democracia se ha estancado en grandes áreas del planeta (el África subsahariana, los países de la antigua URSS) y se han reforzado las tendencias antidemocráticas en los países que ya se encontraban por debajo del umbral mínimo de libertad (Irán, Rusia, Zimbabwe, Venezuela). En su informe de 2010 sobre la libertad de prensa indica, además, que sólo el 17% de la población mundial vive en países donde esa libertad está suficientemente garantizada.

Por estas y otras muchas razones es irresponsable agitar el señuelo del riesgo para la democracia, sin precisar de qué se está hablando. Y puesto que el riesgo existe realmente, incluso en democracias consolidadas como la española, cabe exigir a nuestros representantes el máximo cuidado para que expliquen con claridad por qué es cada vez más difícil mantener los niveles de calidad democrática alcanzados, con gran sacrificio, en la segunda mitad del siglo pasado. Si, por el contrario, ceden a la tentación populista y desatienden esta imprescindible función educativa, por puro cálculo o por simple frivolidad, la consecuencia será su propio desprestigio y la irreparable desafección de los ciudadanos.