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Sociedad

HABLAR CON DESCONOCIDOS

MANUEL ALCÁNTARA
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De niños, nuestras madres, que todas eran por definición beneméritas, nos aconsejaban que al salir a la calle no habláramos con gente extraña. Entendían por extraños a todos los que no fueran parientes próximos, o que en su defecto, no fueran lo suficientemente afectos al régimen. Esa teoría limitaba mucho el territorio de nuestras conversaciones, ya que la conversación, según Eugenio d'Ors, debe entenderse como una de las más bellas artes, así como la amistad debe incluirse entre las ciencias exactas.

-Mucho cuidado con quien hablas, niño.

Temía que nos fueran a llevar por el mal camino, pero no sabían cuál era el bueno. A este remoto déficit se siguen debiendo nuestros persistentes males, ya que las guerras civiles excluyen a muchos compatriotas. La prueba es que se sigue hablando de la «antipatria», como si se nos hubiera dado a elegir entre las dos Españas, sin opción alguna a quedarnos con otra: la tercera, la cuarta o la penúltima, vaya usted a saber. Parece que no conviene mezclarse con gente extraña. El eminente científico inglés Stephen Hawking, ya saben, el Sabio Plegable, nos ha aconsejado «evitar el contacto con los extraterrestres». Así que si nos encontramos con un presunto marciano en la cuarta planta del Corte Inglés no debemos dirigirle la palabra, no sea que si está bien educado nos conteste en uno de los muchos idiomas que desconocemos, que son todos salvo el que parcialmente no nos es del todo desconocido.

La incomunicación, ése es el problema. Hay traductores, pero no hay intereses comunes. La torre de Babel cada vez tiene más pisos. «Grite más, que le escucho pero no le oigo». El diálogo entre sordos es siempre dificultoso, pero lo es más entre necios. En cerebros cerrados no entran razones.