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Jerez Actualizado: Guardar
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La historia que narro seguidamente es verdadera. Absolutamente cierta. Comprendan que con ella, en modo alguno, pretendo transmitir las bondades de este cronista, en contraposición con la de algunos vecinos que, a la vista de lo que les voy a contar, serían malísimos de la muerte. Simplemente, es una historia real, que da cuenta de lo deshumanizada que está nuestra sociedad y no hablo de los problemas del tercer mundo, o de las miserias de Haití tras el terremoto. Sencillamente narro una simpleza ocurrida el pasado jueves en pleno centro de Jerez.

Como alguna vez les he contado, para desplazarme por la ciudad suelo utilizar una motocicleta de cilindrada media. El pasado jueves circulaba por la calle Medina y me detuve al llegar al cruce con calle Arcos, pues el semáforo estaba en rojo. De repente, se acercó al paso de peatones, con intención de cruzarlo, una chica ciega, algo que resultaba muy evidente por cuanto la misma se auxiliaba de un bastón blanco para caminar. Supongo que esta chica, siguiendo las enseñanzas que habrá recibido, se detuvo a la espera de que alguien le ayudara a algo tan simple como cruzar un paso de peatones, lo que en esa zona es necesario, porque la densidad de tráfico es importante y el semáforo carece de señales auditivas para auxilio de las personas con problemas de visión.

Como iba en moto, estaba parado tras un turismo y no tenía nada mejor de que preocuparme, mi atención se centró en aquella chica que pacientemente esperó a que alguien le echara una mano. Ignoro qué tiempo está el semáforo en verde para peatones, supongo que en torno al minuto, mas juro sobre la Biblia que en tan corto espacio, posiblemente eterno para la persona invidente que espera ayuda, nadie fue capaz de ofrecerle su brazo para ayudarla a cambiar de acera en una calle estrecha, operación en la que no se habrían invertido más que unos pocos segundos.

Mientras que la chica ciega esperaba, por su lado cruzaron un par de chicas jóvenes, seguidamente otra mujer de mediana edad que llevaba un pequeño de la mano y, finalmente, un par de quinceañeros. Todos pasaron a su lado, en la misma dirección que llevaba la invidente y cruzando el mismo paso de peatones para el que nadie, repito nadie, fue capaz de ofrecer ayuda.

Se puso el semáforo en verde para los vehículos y como la chica ciega seguía esperando, detuve la moto, la subí al caballete, me acerqué a ella y le ofrecí mi brazo que inmediatamente aceptó. Esperamos no más de un minuto. De nuevo el semáforo de peatones cambió a verde, cruzamos la calle y esta chica me dedicó un gracias profundo, que aún retumba en mi corazón.

¿Qué ocurre en esta sociedad? ¿Tanto esfuerzo supone auxiliar a una persona discapacitada? ¿Tanto trabajo nos cuesta perder unos segundos en auxiliar a que un ciego cambie de acera? ¿Tan estúpidos e hipócritas nos hemos vuelto, como para ser incapaces de ayudar al necesitado?

Supongo que esta columna no sirve de nada, pues es muy complicado que a estas alturas un humilde cronista de pueblo cambie los hábitos egoístas de nuestra sociedad. Quizás por mi edad, aún guardo en la memoria aquellas enseñanzas que recibí en la escuela, donde inculcaban conceptos tales como ceder el asiento en los autobuses a mujeres embarazadas y ancianos, o hablar siempre de usted y de modo respetuoso a cualquier persona de mayor edad. Conceptos ellos totalmente desfasados en una sociedad que los califica como «fachas» y en la que cualquier niñato, a las primeras de cambio, te manda directamente a tomar por donde nos imaginamos.

Así que admítanme que les pida precisamente hoy, domingo de feria, que la próxima vez que un discapacitado se acerque al paso de peatones, no haga falta esperar a que un cronista nostálgico baje de la motocicleta para ayudarlo a cruzar. Les prometo que el agradecimiento de esa persona que se ve auxiliada, es de esas cosas que quedan rondando el corazón. Por cierto, que la feria les sea muy feliz.