La madurez del Gran Premio
Han mejorado las infraestructuras, las carreteras, los accesos, las acampadas, la seguridad y las instalaciones del circuito
Jerez Actualizado: GuardarLo más llamativo de este fin de semana de motos que tenemos en Jerez y toda la provincia lo encontré ayer en las páginas de este periódico. Más allá del Vespino que tuve en mi pubertad, no creo cumplir los requisitos para formar parte de esa tribu urbana que son los moteros. No tengo chupa de cuero, ni casco, ni –y esto es lo más relevante– moto; pero de tenerla no creo que fuese el centro de mi vida. Dicen que los moteros quieren más a sus máquinas que sus propias novias o mujeres, y yo siempre he preferido la piel al acero. La foto con la que me topé ayer en la página 16 del suplemento ‘V’ de LA VOZ me confirmó que lo del amor platónico de los aficionados a las dos ruedas por sus caballos motorizados no es una leyenda ni mucho menos. Cierto es que se trata de un caso llevado al extremo, tan al extremo como la muerte. La fotografía en cuestión era la de un joven de San Juan de Puerto Rico que falleció tiroteado por una banda callejera días atrás mientras trabajaba como mensajero. El chico había dado instrucciones precisas de cómo tendría que ser su funeral llegada la hora, y sus amigos y familiares cumplieron al milímetro su última voluntad. Así pues, en la imagen aparecía el joven en cuestión embalsamado encima de una moto de gran cilindrada. Encorvado sobre el lomo de la máquina, con gorra, gafas de sol e, incluso, media sonrisa en el rostro, lo único que delataba que se trataba de un velatorio y no de una concentración de aficionados a las dos ruedas es que detrás de la moto, que estaba apoyada en un caballete, aparecía una corona de flores y un pebetero. Increíble, pero cierto. Amor a las motos hasta el último momento. Pero este fin de semana en Jerez podemos hablar de motos en un tono más alegre ¿no creen? En primer lugar, hay que felicitarse por la desconvocatoria del paro que tenían previsto los trabajadores de la recogida de basuras (hubiese sido catastrófico no tener servicio de limpieza viaria estos días) y de la huelga a la japonesa que habían planeado los agentes de la Policía Local, dispuestos a protestar a través de una lluvia masiva de multas y controles de alcoholemia en cada esquina. Con relación a esto último me sorprendió gratamente conocer ayer que de los 200 controles que había realizado la Guardia Civil entre el viernes y el sábado en las inmediaciones del circuito de velocidad sólo dos dieron positivo. Esta espectacular fiesta del motor, este circo de las dos ruedas ha madurado sobremanera en los últimos años y ya nada tiene que ver con aquella ciudad sin ley en la que mutaba Jerez cuando el Gran Premio aterrizaba en nuestra tierra. Han mejorado las infraestructuras, las carreteras, los accesos, los aparcamientos, las acampadas, la seguridad y las instalaciones del circuito. Y es muy reconfortante observar también la mejora en el comportamiento de los moteros, propios y extraños, que dan rienda suelta a su afición por toda nuestra provincia llegadas estas fechas. Los accidentes se han reducido, el civismo se ha impuesto y, muy importante, no ha habido que desterrar la diversión, la juerga y el jolgorio. Sólo ha habido que controlarla un poco. En estos años hemos asistido a decisiones buenas y pésimas en lo que se refiere a la organización del Gran Premio de Jerez, pero llegados a este punto podemos decir que el resultado final es más que positivo. A todo esto, y según un estudio que realizó el pasado año la Consejería de Comercio, Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía, la avalancha motera dejará en nuestras ciudades unos 80 millones de euros en poco menos de 48 horas. Y lo mejor es que los accidentes se han reducido al mínimo y ya no tenemos que pagar con la moneda de tantas víctimas mortales como antaño. Este es el verdadero gran premio para Jerez, y ha sido tarea de todos, así que enhorabuena.