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LA HOJA ROJA

WELCOME CRUISE PASSENGERS

Los turistas cuando llegan a Cádiz vienen buscando los museos y los tópicos que recogen las guías pero no los comercios

YOLANDA VALLEJO
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Ellos traían la música, nosotros sólo teníamos que poner la letra. No resultaba muy complicado, aunque la melodía, tan antigua como la de Hamelín, no arrastró toda la frustración acumulada durante siglos, sino que resultó ser más bien un canto de sirenas. La tentación del fracaso -copiando a Ribeyro- , a la que tanto sucumbimos en esta ciudad, volvió a hacerse presente después de que las altas expectativas por los más de diez mil visitantes que recibíamos esta última semana se convirtieran en una chapuza más que sumar a la lista de despropósitos gaditanos -conste que la voladura de la carpa del Consorcio del Bicentenario fue un accidente, no cuenta como disparate intencionado. Volvimos a interpretar el papel principal de 'Bienvenido Mr. Marshall' y ya lo tenemos tan ensayado que esta vez poco nos faltó para sacar los trajes de gitana y los sombreros cordobeses. Cádiz: 'Welcome Cruise Passengers', decía la propaganda municipal desde unos tímidos carteles «os recibimos con alegría» tenían que haber dicho. Porque la ocasión la pintan calva, y tan claro lo teníamos que el globo sonda lanzado por las asociaciones de comerciantes se fue desinflando en la misma proporción en la que fueron cerrando las tiendas.

El pequeño y mediano comercio de Cádiz, ese que abre a las diez de la mañana y cierra cuando las agujas rozan la una y media, el mismo para el que las seis de la tarde es una hora más que razonable de regresar al negocio, se las prometía felices con estos tres días en los que los cruceristas como aquellos «millonetis» de los tebeos iban a encender los puros con billetes de quinientos euros. Todos a una, como Fuenteovejuna. La ciudad, y las tiendas, más abiertas que nunca. Esto es Cádiz y éste es el progreso. Sólo se nos escapó un detalle, tal vez el más importante, quizá, pero fue sólo uno. Los turistas -como usted cuando hace turismo- buscan en primer lugar los monumentos, los lugares históricos, emblemáticos de cada ciudad que visitan -entrar en Isi no forma parte de sus prioridades, en principio-. Buscan los museos, las referencias tópicas que recogen las guías, y a partir de ahí confeccionan un itinerario en el que las compras son una parada, un alto en el camino. Piense que haría usted en Atenas, ¿entrar en el Tinoco griego?, ¿comprarse una sahariana en el Moral heleno? Es cuestión de ponerse en el lugar del otro. Y no sucumbir al desaliento.

Quejas y beneficios

Mientras, los autobuses turísticos, los bares y terrazas y los recintos históricos -sobre todo los de gestión privada, la Torre de Poniente, la Casa del Obispo o la Torre Tavira- hicieron su agosto en unos días que desafiaban al calendario por el calor y el levante, y la heladería de la plaza de la Catedral regalaba helados a una multitud entre la que destacaban los autóctonos -que también tienen derecho- la mayoría de los comerciantes optó por abandonar el camino al primer tropezón. Y por lamentarse, que eso nos gusta bastante. Que si no compran, que si vienen tiesos, que si en mi tienda no entraron -¿se ha preguntado usted el por qué?- que si gasto luz, que si tengo que pagar personal. Quejas que normalmente no se formulan cuando un día normal y corriente no entra ni un alma en el negocio, que también los hay.

Tienen razón, sin embargo, en algo. No sólo de comercio vive el turista, sino de toda propuesta que salga de la boca de la ciudad. El primer día del triduo, no se pudo visitar el Museo de Cádiz porque es el día reservado a las visitas concertadas y parece ser que los cruceristas no estaban en la lista. Pues vaya. Nada se pudo hacer más que resignarse. Tampoco estaban abiertas muchas de las iglesias que salen al paso en el recorrido de los turistas por el casco antiguo. No había mucho que hacer en una ciudad que pretende vivir de esto. Al visitante hay que ofrecerle una programación amplia que garantice su estancia y un escenario digno -¡cielos! todo se pega- de la misma. La entrada en la ciudad, se entre por donde se entre, echa para atrás. Y no volveré a repetir las bondades del maravilloso marco de belleza singular que representa la plaza de la Hispanidad, sino de algo que todavía es más deprimente. La plaza de San Juan de Dios, la plaza del Ayuntamiento como la conocen muchos, presenta una imagen tan dantesca que tira para atrás a cualquiera, no sólo por el estado lamentable que exhibe la esquina de lo que en su día fue el Novelty sino por el paisanaje que frecuenta la plaza, magníficos candidatos a un 'casting' para Viridiana. Píenselo, si usted bajara de un barco y se viera de pronto en San Juan de Dios ¿qué haría? Sí, yo también.

Nadie escarmienta en cabeza ajena. Pero puede que haya llegado el momento de hacerlo. Una cura de humildad nunca viene mal a nadie. Reconozcámoslo. Juan Cruz en su magnífico Egos Revueltos dice «Inglaterra es una costumbre» para analizar el comportamiento de los británicos. Tal vez ahí está la clave. Cádiz es una costumbre. Nos hemos acostumbrado a esto y será difícil el cambio.

A las cuatro de la tarde del pasado martes, algunos cruceristas subían por la calle Rosario. Buscando la Santa Cueva y el reclamo más internacional de la ciudad, los Goya y la música de Haydn. A las cuatro de la tarde, sólo El disfraz de Cádiz -convertido en la antesala de la feria que ayer fue- y el Habana Club permanecían abiertos. A las cuatro de la tarde, algunos cruceristas se acercaban a leer el pequeño cartel que lucía la cerrada puerta de la Santa Cueva. Afortunadamente muchos no entendieron lo que decía y se dieron media vuelta. A las cuatro de la tarde, con algo más de tres mil turistas en la ciudad, la Santa Cueva estaba cerrada. En su puerta, el cartel solitario decía «Arreglo persianas y las quito para su limpieza». Digno de Celtiberia Show. Si Luis Carandell levantara la cabeza.