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LA TRIBUNA

El sueño de los justos

FEDERICO J.C.-SORIGUER ESCOFET
MÉDICO ESPECIALISTA EN ENDOCRINOLOGÍA Y NUTRICIÓNActualizado:

La memoria es una parte de la inteligencia. La inteligencia necesita de la memoria como un portátil necesita, finalmente, de la red eléctrica. Pero no hay memoria sin historia. Lo que se ignora no se puede recordar. Pero al contrario que la memoria personal, la memoria social es compartida por millones de personas. Lo que a unos se les olvida ya otros se encargan de recordarlo. Por eso la memoria histórica sobrevive a pesar de que una parte de la sociedad la olvide o se empeñe en ignorarla. Por eso la memoria histórica es una asunto político y como tal debe ser tratado. Como parte de la inteligencia política de los pueblos. Una inteligencia que exige negociación, pactos, cesiones, disimulos, simulaciones, prudencia. Propiedades todas ellas de la acción política. En la transición hubo una ley de amnistía que convino a todos. A la izquierda porque permitió la liberación virtual de todos los presos y represaliados en aquel momento por el franquismo. A la derecha por razones mucho más evidentes. Algunos creemos que fue mucho más generosa en aquel momento la izquierda que la derecha, pero supongo que otros consideraran lo contrario. Durante estos treinta años la izquierda bastante ha tenido con gobernar. También la sociedad ha sido muy tolerante y complaciente con esta desmemoria. Por razones familiares paso con frecuencia por una Iglesia de la calle Goya de Madrid en la que en la fachada y en grandes dimensiones aparece un listado de los caídos por Dios y por España y un ¡Presente¡ en recuerdo de José Antonio. Siempre me pareció ejemplar que ni siquiera, en tantos años, hubiera habido una pintada sobre este sorprendente muro en recuerdo de una parte de las victimas. También en la Catedral de Jaén he visto algo parecido.

El asunto de la memoria histórica no lo ha abierto la izquierda política. Lo ha abierto una parte de la sociedad. En los últimos meses, incluso, con motivo del asunto de Garzón, una parte de la izquierda denuncia explícitamente la inconveniencia de abrir este debate, que ellos creían zanjado definitivamente, pues de alguna manera cuestiona la idílica transición de las que unos y otros, derechas o izquierdas, tan orgullosos se sienten. Es el caso por ejemplo de Savater, que opina que en estos treinta últimos años ya han sido las víctimas de la izquierda suficientemente resarcidas o de Joaquín Leguina que va más allá y considera que la actual derecha no se merece que se la considere heredera del franquismo y que por tanto la cuestión debería quedar definitivamente zanjada. Son dos ejemplos más de la generosidad intelectual desde la izquierda. Mi opinión es que todo esto no se hubiera producido si la derecha, cuando ha estado en el poder o bien desde la oposición, hubiera adoptado la misma actitud de Savater o Leguina y hubiera reconocido que no había derecho a que miles de fusilados después de la guerra civil aún no hayan recibido la adecuada reparación y hubieran obrado en consecuencia. Porque la cuestión no es si hubo desafueros, tropelías, asesinatos en uno u otro bando durante la guerra civil. De niño me crié creyendo que todas las barbaridades se habían cometido en el bando republicano. De joven me cultivé descubriendo que aquello fue solo una parte de la historia. Pero lo importante es, sobre todo, si después de la guerra civil, cuando ya había un orden establecido, aunque no fuera democrático, pero no por eso menos responsable de la legalidad impuesta tras una victoria militar, se siguieron produciendo condenas a muerte sin garantías judiciales. Como ocurrió, aunque durante cuarenta años nadie hablara de tal cosa. Parece lo más natural del mundo que la izquierda cuestione a la dictadura, pero lo que no lo parece es que la derecha democrática cada vez que se plantea desde la sociedad este asunto, responda con tal cantidad de matices, sutilezas, cuando no una beligerancia rayana en la defensa en tromba de aquellos cuarenta años.

Hasta donde llega mi información los crímenes políticos durante la República no fueron crímenes de Estado pues no fueron instigados por la legalidad vigente, aunque esto no exonera de culpabilidad a la incompetencia de esa misma legalidad. Pero, ¿qué hubiera ocurrido si, a cambio de que la izquierda reconozca abiertamente y sin matices, que durante la República y la guerra civil, desde el bando republicano hubo desmanes y salvajadas, (tal como lo hacen Savater , Leguina y con ellos muchos otros), la derecha hubiera reconocido que las desapariciones dentro de la legalidad franquista fueron crímenes de Estado? Hoy, seguramente no estaríamos asistiendo a este esperpento en el que en el trasero de un juez se esté dirimiendo una cuestión que la clase política democrática actual no ha sabido gestionar. La escena de los jueces atrapados en su laberinto es patética. Como lo es un TC desprestigiado por su propia incapacidad para estar dentro de la legalidad constitucional. El principal ataque al Estado de derecho, a la credibilidad internacional de España y a la construcción de una sociedad civil capaz de resolver dialéctica pero pacíficamente los conflictos, viene de una clase política que no está a la altura de los acontecimientos y de una judicatura que no ha, aun, aprobado la transición, tal como lo hicieron y algunos con nota, estamentos como el de los militares, los médicos, los profesores de universidad o la policía, por citar algunos.

La judicatura española, al menos una parte de ella, sigue manteniendo una manera de relacionarse con la sociedad, que podríamos calificar de preconstitucional. Un fiscal ha acusado a ciertos jueces de haber pertenecido al TOP. Seguramente fue un exceso. Pero, desde luego, la Justicia española y muy en particular la judicatura como corporación, no acaban de quitarse el alcanfor de una época reciente de nuestra historia. Si el parlamento democrático representa el anhelo de libertad que toda sociedad tiene, el poder judicial representa el anhelo de justicia que es de un nivel anterior y superior al anhelo de libertad, pues es un empeño que la humanidad depositó durante milenios en las manos de los dioses. Por eso el desprestigio del poder judicial es sobre todo el fracaso de un sueño universal. El sueño de los justos.