
La ansiedad puede con el Barça
Pese a jugar con uno más por la expulsión de Motta, los culés sólo inquietaron tras el postrero gol de Piqué; Los azulgrana jamás disfrutaron de su fútbol ante un Inter que les ganó la batalla
BARCELONA. Actualizado: GuardarDejarse la piel no fue suficiente. Apelar a la épica, a un ambiente electrizante jamás visto en el Camp Nou, al menos en los prolegómenos, tampoco. El mejor argumento del Barça es el fútbol, y éste le faltó en una amarga noche que deja muy tocado a Ibrahimovic, con tics de cierta indolencia ante sus ex. Tanto que Guardiola le envió al banquillo a falta de media hora y el verdadero '9' en el tramo final fue Piqué. Marcó un gol a lo Romario, pero en probable fuera de juego, que sólo condujo a los catalanes a morir en la orilla, a un paso de esa final del Bernabéu que, como bien dijo Mourinho, les obsesionaba. Pueden quejarse de ese gol anulado en el descuento a Bojan por una mano previa de Touré, con pinta de involuntaria, pero sería injusto, de equipo menor, culpar a De Bleeckere de la decepción, que no fracaso.
Al Barça le sobró adrenalina, transformada en ansiedad, y le faltó alegría, desparpajo, combinaciones, rapidez y llegada para consumar la gran remontada ante un Inter que jamás sufrió. Y eso que jugó más de una hora en inferioridad por obra y gracia de Motta. Puede aborrecerse el estilo del Inter, la mejor versión del 'catenaccio' en el Estadi, pero sus armas también son legítimas. Ciertamente, Mourinho ganó la doble batalla. Se las ingenió para cortocircuitar por completo al Barça, anoche una caricatura de ese equipo todopoderoso que encadenó seis títulos. La dura caída quizá sólo sea un paréntesis en un ciclo extraordinario pero evidencia que, al menos esta vez, a los catalanes les falta chispa e Iniesta, el autor de ese gol milagroso que acabó con el Chelsea en Stamford Bridge.
Las premisas que fijó Guardiola en la previa no se cumplieron. Respondían a la lógica aristotélica pero el fútbol es tan cruel que con frecuencia desmiente a los grandes clásicos. No se les vio a los azulgrana disfrutar de un partido para privilegiados, jugar con la felicidad a la que nos tienen acostumbrados y desarbolar a sus adversarios con movimientos inverosímiles de balón. Sufrieron como cachorros al comprobar que no podían hincarle el diente a los viejos lombardos, acostumbrados a marcar territorio como excelentes 'perros' de presa.
Nervios y precipitación
Siempre se les vio nerviosos, precipitados, sabedores de que el choque era tan duro como una cronoescalada en la que cada segundo perdido agarrota los músculos y nubla la mente. Mantuvieron su impronta de gran equipo, fundamentado en el toque, la circulación de balón, la búsqueda de la máxima amplitud posible del campo y los constantes cambios de posición de sus delanteros, pero cayeron en la imprecisión. Con tanto vigilante por delante, fallaron demasiados pases y abusaron de los balones bombeados.
Mourinho jugó al despiste hasta el final, incluido en calentamiento. Al principio de la semana con una supuesta lesión de Sneijder que nadie se creyó. Y cuando Guardiola ya conocía que repetía el equipo de San Siro, retiró al macedonio Pandev por unos supuestos problemas físicos y reforzó su entramado defensivo con Chivu. El rumano se ubicó en el flanco izquierdo, cerca de Zanetti. Debían frenar a Alves y a Messi, que comenzó de extremo derecho pero enseguida se vino al centro para evitar tanta trampa. Pero en cuanto controló cerca del área, Cambiasso le mostró las garras. Más allá de los nombres, el Inter jugó con diez hombres por detrás del balón y Diego Milito frente al mundo. Más o menos como en San Siro, vaya.
Al no llegar a tiempo Abidal, Guardiola experimentó con Milito en el lateral izquierdo y retrasó a Touré Yayá al centro de la defensa, donde ya jugó la final de Roma. Al atacar el Barça jugaba con sólo tres defensas y pretendía encontrar superioridad en el centro del campo, terreno minado por el Inter. La teórica ventaja no se plasmó en la práctica. Xavi estaba estrechamente vigilado y él es el motor que conduce al Barça a las revoluciones que no le interesa. Cuando no lo consigue, riesgo de avería. Y si no tiene a Iniesta como alternativa, el bloque se gripa.
Invitación al optimismo
Un tiro de Pedro, ligeramente desviado, a los dos minutos, invitaba al optimismo. Sin embargo, la primera intervención de Julio César no se produjo hasta pasada la media hora. Fue una mano prodigiosa a tiro de Messi desde cerca de la frontal que se colaba sí o sí. Ya jugaba el Inter con diez por una tontería de Motta, un futbolista con unas condiciones extraordinarias pero lastrado por las lesiones y una cabeza desamueblada. Había visto una amarilla por entrada a Alves y vio la roja por un manotazo a Busquets. Fue ligero pero absurdo, innecesario. Quizá no era de expulsión directa pero sí de segunda amonestación. Y le sobró el pescozón posterior al canterano culé.
Mourinho montó un buen lío, justo el que le convenía a su tropa para llegar intacta al descanso. El portugués focalizaba las iras de la grada, justo lo que quería para preservar a los suyos y sentirse protagonista. No había parpadeado, en cambio, cuando Ibra había aparecido con la camiseta rasgada por un agarrón de Lucio y el juez belga decretó falta en ataque. Y Guardiola sufría al ver que su Barça se perdía en tiros tan lejanos como desviados y centros sencillos de defender.
Tal y como estaba cantado, Guardiola movió ficha en el descanso. Retiró a Milito para conseguir más llegada y dos contra uno con Maxwell. Sin Motta, Chivu se había venido al centro y Eto'o era casi un segundo lateral. Como el horizonte no se despejaba, apostó fuerte. Se olvidó de jerarquías, envió a la ducha a un Ibrahimovic desaparecido y apostó por el entusiasmo de Bojan. Y prefirió el desborde de Jeffren al juego posicional de Busquets. Pero no era el día. Sólo tras marcar Piqué el Inter se vio con el agua al cuello. Pero sacó la cabeza para volver a luchar por un título que no celebra desde hace 45 años. Mourinho puede ser el nuevo Helenio Herrera. Da igual que Víctor Valdés ni la tocase.