Opinion

El paro, al límite

Es urgente el impulso de una reforma laboral que reactive el deprimido mercado

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La superación de la barrera psicológica del 20% de paro en la EPA del primer trimestre, desvelada ayer por ABC, indica con crudeza que la economía española ha tocado fondo y que la situación límite requiere terapias de choque urgentes y hace imperdonable cualquier dilación. No sólo porque el problema social y hasta moral que plantean estos 4.612.700 parados es de una gravedad extrema sino porque cuanto más se demore la aplicación de las medidas enérgicas que se requieren más complicado será salir de la sima en que nos hemos hundido. Ante esta dramática situación, que ayer provocó la segunda gran caída del año en la Bolsa española, el presidente del Gobierno afirmó en el Senado que a partir de abril el paro descenderá levemente. Pero al margen de que sea poco creíble esta afirmación -hasta ahora, nuestra economía no ha creado jamás empleo neto con tasas de crecimiento inferiores al 2%, que no alcanzaremos previsiblemente ni en todo el año que viene-, ni siquiera la estabilización del desempleo justificaría que se demorara ni un minuto más la puesta en marcha de todos los resortes disponibles. Es especialmente urgente el impulso de una reforma laboral que, aunque no constituye con seguridad la panacea universal, contribuirá decisivamente a animar la iniciativa de los empresarios y permitirá, si las cosas se hacen bien, destinar una parte de los recursos públicos que hoy se consumen en subsidios a activar la deprimida economía. El Gobierno insiste -lo volvió a hacer ayer Rodríguez Zapatero- en que la reforma laboral debe ser acordada por los agentes sociales «porque si la hacen suya y se comprometen dará mucho mejor resultado». La afirmación puede ser cierta pero no justificaría una mayor demora, máxime cuando ya se ha asentado la impresión de que los sindicatos están poniendo objeciones a cualquier impulso modernizador. No se trata, como pretextan las organizaciones obreras para oponerse, de recortar derechos sociales sino de flexibilizar el mercado y de introducir fórmulas experimentadas en Europa -la flexiseguridad, el modelo austríaco, etc.- que han dado resultados apreciables. Y en todo caso, la opinión pública no logra entender que para conseguir un acuerdo trillado que es simple cuestión de voluntad, hayan de discurrir las semanas como si no hubiera urgencia alguna para redimir a esta quinta parte de trabajadores sumidos en la frustración por la falta de horizonte laboral y de futuro.