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Opinion

Cenizas y diamantes

JUAN BAS
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Cenizas y diamantes' es una olvidada película del polaco Andrzej Wajda de la que no recuerdo más que el título. Me acordé del mismo a cuenta del reciente problema con el tráfico aéreo debido a la inmensa nube de cenizas producida por la erupción de un volcán en Islandia. Ha tenido su componente de género fantástico, que a Julio Verne habría encantado, que lo que mana de una isla remota y perdida en el océano tenga el poder de sitiar al continente europeo. El dibujo de la desaforada nube negra cerniéndose sobre el mapa de casi toda Europa hacía imaginar a los peliculeros como yo la invasión del más increíble y numeroso ejército. Lo de los diamantes asociados a las cenizas lo pensé considerando aquéllos como sinónimo de riqueza, de dinero. Tras varios días de paralización de los principales aeropuertos, de inmensas pérdidas por los miles de vuelos anulados, las compañías aéreas pidieron la relajación de las medidas de seguridad. ¿Quiere esto decir que estaban dispuestos a volar antes de tiempo? ¿Que asumían poner en riesgo a sus tripulaciones y al pasaje? ¿O es que las restricciones eran excesivas?

Cuando se dan estas colisiones entre seguridad y lucro -cesante en este caso-, uno se pregunta cuántas veces y en cuántas situaciones empresas de variadas clases habrán puesto en peligro a sus clientes para mantener la cifra de ventas y saneadas cuentas de resultados. Al fin y al cabo, si se la pega un avión, o dos, el pago de los seguros de vida e incluso las consecuencias económicas por sentencia judicial serán menos onerosas que mantener a la flota aérea en tierra. Como sucede con los bancos, no es una cuestión personal, ni siquiera humana, sólo de números, que no sienten pero sí padecen, con las restas. Quizá exagero, o no. Por seguir con el aroma Julio Verne, el capitán del 'Titanic' había sido alertado de la presencia de icebergs en su ruta, pero en vez de aminorar la marcha del barco la incrementó. Había una fuerte prima de por medio si llegaba a Nueva York antes de la fecha prevista. No es cuestión de ponerse paranoicos, pero seguramente se nos pondrían los pelos de punta si supiéramos la de veces que estamos poniendo en peligro nuestras vidas porque en lo que montamos, o usamos o tomamos no concurren todas las medidas de seguridad debido a que controles o test de consecuencias de consumo no se realizan a fondo porque son caros o retrasan demasiado la salida de un producto. Si un fármaco o un cosmético son a la larga cancerígenos o los teléfonos móviles favorecen la aparición de tumores cerebrales, ya lo dirá el tiempo y el número de casos. Si la montaña rusa no ha pasado revisiones, será una cuestión de suerte que el aterrador descenso no concluya en el infierno.