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LA PIEDRA Y EL AGUA

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Hace mucho tiempo que no llegamos a un desacuerdo satisfactorio sobre el agua del Tajo. El «claro caballero del rocío», «el guerrero de relente», lleva por cada gota una bronca. Si los ríos eligieran su curso quizá hubiera preferido otro trayecto vital hasta llegar al mar. Las Cortes de Castilla-La Mancha han retirado del Congreso su propósito de reforma. No hay manera de aunar las voluntades, ya que la llamada 'guerra del agua' encubre la que mantienen entre ellos, que puede ahogarnos a todos.

¿Qué culpa tendrá el agua de que los españoles seamos impermeables a las razones? San Francisco de Asís la adjetivó muy bien. Dijo que es «útil y humilde y preciosa y casta». A los místicos y a los santos siempre les ha gustado el agua, ya que la han contemplado como un milagro. No así a los políticos, que ya ni la usan para lavarse las pecadoras manos. La señora De Cospedal y el señor Barreda están a la greña, pero lo que debaten es el prólogo de las generales del 2012. Nunca hay que fiarse de las reformas «consensuadas» porque el empadronamiento ideológico es muy variable.

Lo que no cambia es nuestra actitud ante los problemas, que siempre es irreductible. Acertó Luis Cernuda al contemplar al español como un tipo siempre «con su piedra en la mano». Con la suya le basta, pero está deseando arrojarla. Quizá se trate de una piedra pómez, llena de aristas, apta para trasplantes de corazón.

¿Habrá que resignarse a que el agua moje siempre la misma piedra? La del Tajo se está convirtiendo en un símbolo y la guerra que entablan unos y otros, en perjuicio de todos, nos recuerda otras. Nuestros mayores ya fueron con el cántaro a la fuente hasta que se rompió España. No se sabe si quedó mal pegado y se sale el agua o es que tenemos mucha sed.