Insana polarización
El cruce de acusaciones entre los dos grandes partidos ronda ya el paroxismo
Actualizado:La democracia es la forma depurada del pluralismo, donde los conflictos se resuelven pacíficamente y sin recurrir a la violencia. Y en los regímenes más avanzados que la abrazan, se produce una inteligente combinación de disensos, que reflejan la pluralidad y la vuelven creativa, y de consensos, que encauzan el interés general y fortalecen el Estado. En España, en los últimos tiempos, el modelo democrático declina puesto que la polarización es la norma, a menudo hasta la hostilidad abierta y la descalificación estéril. Las dificultades que encuentran PP y PSOE, las fuerzas que se alternan al frente del Estado, para unir esfuerzos en la lucha contra la grave recesión que tan duramente nos ha golpeado es motivo de escándalo para grandes sectores sociales, incapaces de justificar que el puro interés electoral y partidista prime tan a menudo sobre la necesidad de enderezar el rumbo del país. Ya no sólo no ha sido posible un pacto de Estado de medidas económicas sino que tampoco parece probable que prosperen otros acuerdos sectoriales sobre educación, energía o el modelo de relaciones laborales, que son necesarios para evitar vaivenes a largo plazo. La polarización ha llegado a cotas inaceptables con el nuevo fracaso del Tribunal Constitucional en el último intento de dictar sentencia sobre la reforma del Estatuto de Cataluña y con el 'caso Garzón', en el que los dos grandes partidos se acusan recíprocamente de destruir la separación de poderes y presionar sobre los jueces para someterlos. El cruce de acusaciones ronda ya el paroxismo, cuando la opinión pública sabe que es precisamente la interferencia de los partidos en el poder judicial la principal causante de las disfunciones de la Justicia. Estas conductas, que generan desafección y absentismo políticos, no contribuyen precisamente a tranquilizar ni a animar a una sociedad, la española, desazonada por el paro y las grises expectativas de futuro. Y precisamente por ello, la crisis por la que atravesamos debería ser un estímulo para la búsqueda de soluciones comunes, que generarían confianza y harían más llevadero su calvario a quienes, postrados al fondo del abismo, miran con impotencia cómo se acumulan oscuridades sobre su futuro.