Opinion

El castillo de los ciegos

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Es un castillo inexpugnable, rocoso, bien defendido por altas almenas plagadas de aspilleras. Corona la altura de la isla y desde él se divisan todos los recintos de las tierras cercanas. Por él han pasado no pocos, que han asaltado sus salas armados de votos y/o mociones de censura. Algún Guzmán el Bueno ha lanzado su daga para que con ella los moros maten a su hijo tarifeño en un acto de solidaridad ciudadana. Pero no en este castillo de Greyskull (perdonen la referencia a la infancia) donde apenas llueve pero salpican las goteras. En él la princesa, hembra de belleza mayor que su I.Q., sigue esperando un paladín que la rescate de las garras del León -que rima con corrupción-guardián del tesoro del castillo, hoy exánime, ayer frondoso. El señor del castillo escucha a los Sex Pistols. 'No future'. Sabe que sus horas disfrutando la carne de los pavos, el vino de las uvas y el pescado de los esteros -lenguado, por favor- agonizan por minuto. Algunos piensan que su discutida alianza con la Dama del Lago, recientemente fallecida, va a acabar en breve por el heredero de aquélla. Suya es la sospecha. Nunca le perdonará el pueblo que permitiera al León -que rima con ladrón- devorar el cofre del tesoro.

El señor del viento viene de fuera, pero quiere asentarse en la fortaleza desde hace años. Es sobrino de un rey que lo odia -le aplicaría el garrote vil electoral- y de una reina que lo adora -lo llevaría a otro castillo, ferial-. Es humanista y calculador, aunque su cohorte tiene seguidores de distinta valía. Mucha, poca, ninguna. El pueblo lo mira con ternura o temor, no en vano el hijo del granjero viste hoy de Burberry.

El segundo paladín no tiene nombre. Aún. Será una leyenda o un cardenal. El heredero de la Dama del Lago está inquieto. Teme el retorno del cardenal, antiguo señor del castillo, exilado hace años por razón ignota. El pueblo lo quería, pese a ser cardenal, o quizás precisamente por eso. El heredero del lago señala a quien no quiere ir a la batalla para él ser el elegido. Aunque vaya a perder. Mira de reojo al paladín sin nombre y al paladín con nombre. Quiere el castillo, pero no a cualquier precio, dice.

La respuesta está en viento, mi amigo, dijo el juglar burlón. Acostumbrado a oír el susurro de los elíseos y el rumor de las olas del lago, le gusta desvelar secretos e inventar complicados acertijos. La batalla del castillo de la Isla será terrible. Gane el que gane, ha predicho el juglar que será tuerto. Y yo me lo creo.