Gran toro de Lorenzo Fraile
El Cid se empeña con él sin rematar. Ponce, con mal lote, pierde con la espada los papeles y Talavante cumple
SEVILLA.Actualizado:Fue festejo larguísimo y torcido en momentos clave: se devolvió el primero del Puerto por claudicar en un piso reblandecido y en exceso arenoso, salió un sobrero de disparatado volumen y de manso estilo, descargó un chaparrón. El principio no fue para Ponce mejor que el final: el cuarto, que al rematar contra un burladero perdió la funda de un pitón sin desflorarse, se empezó a hundir en la capa de albero, salió claudicando de un segundo puyazo y fue devuelto también.
El segundo sobrero, del hierro de Toros de la Plata, hizo desde la salida cosas de corraleado. Había estado enchiquerado más de una vez durante la feria y acusó los resabios. Trotón, huido, distraído, miraba por encima de los engaños sin llegar ni a fijarse en ellos, cobró de cualquier manera cuatro puyazos y en el primero sacó genio. Ponce se dobló guapamente con él en cinco muletazos de apertura en los medios, le pegó enseguida una tanda de las de torear tapado, sin soltar ni encañonarse y, luego, la cosa derivó en ingrata porfía.
La cara por las nubes del toro. Ponce no se decidió a castigar, que parecía la fórmula obligada. A la hora de la muerte, el toro no le dejó pasar y Ponce perdió los papeles: pinchazos en los bajos soltando el engaño, sin cruzar ni meter el brazo, con la cuadrilla a la boca de la tronera en estado de alerta. Un aviso, un trago amargo, dos descabellos. Era la única corrida de Ponce en la feria.
El Cid salió bien librado del sorteo. El quinto, enmorrillado, rizado, acapachado, cómodo de cara, hondo, bajo de agujas, corto de manos, largo, finos el hocico y los cabos, fue bravo, se empleó y repitió con corazón por las dos manos. Descolgado y humillando, con una chispita de fiereza porque El Cid hizo que el segundo puyazo fuera apenas nada. El segundo de la tarde, aunque de otra manera, fue toro de buena condición. Prontos y buenos ataques, y un son que no fue eterno porque al cabo de dos docenas y pico de muletazos el toro se fue del engaño en busca del calor de las tablas.
Talavante no tuvo la negra fortuna de Ponce ni la suerte de El Cid: un tercer toro, sin embargo, que, casi al calco del segundo, tuvo grandes comienzos: pelea buena en el caballo, tres puyazos, codicia particular en banderillas y esas dos docenas de embestidas que los toreros agradecen. Talavante decidió sacarse a los medios ese toro. Cara equivocación. El toro se había entregado entre rayas y tablas junto a la puerta de arrastre. De los medios se fue rajadito. El noble estilo vivió mientras estuvo en pie el toro y en tablas se dejó pegar dulcemente muletazos despaciosos. El sexto, las manos por delante, manseó de salida y no llegó a encelarse.
Dispuesto y seguro
Talavante estuvo dispuesto y seguro en los dos turnos. Suelto, firme, bien colocado con el tercero, incluso cuando hubo que torear donde dispuso el toro y no el torero. Terco, ni siquiera renunció con el sexto, que tenía a la gente ya incómoda en los asientos y cansada porque la cosa iba para las dos horas y media de combate en ocho asaltos.
El Cid no se encajó ni llegó a templarse con el segundo, con el que acabó intentando sin éxito plantarse en péndulos o desplantarse. Con el gran quinto, que brindó a su señor padre, hizo un esfuerzo visible. Era el último de los seis toros que mataba en Sevilla en el lapso de siete días. El mejor de los seis. Aceleradas y entrecortadas las tandas por la derecha. Vibrante el son del toro, sin embargo, y caliente por eso la gente. Se arrancó la banda de Tejera después de pensárselo un rato. Hubo quien protestó el regalo de la música. Por la mano izquierda el toro tenía más temple que por la derecha pero faltó la tanda en serio, pautada, ligada, rotunda. Una estocada desprendida. El toro rodó. Y casi resucita al instante. Hubo opiniones encontradas: petición de oreja, tardanza desacostumbrada del tiro de mulillas en salir, una vuelta al ruedo se diría que ensayada, protestas contra el presidente por negar la oreja. Y aplausos también. Los hubo para el toro en el arrastre. No tantos como mereció.