Tribuna

Cuando la pena nos alcanza

ALMIRANTE (R.) DE LA ARMADA Actualizado: Guardar
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La operación 'Hispaniola', como se ha llamado a la misión humanitaria de la Agrupación Española en Haití, cumple ya tres meses. En los primeros días de la operación, encogidos todavía los corazones de la opinión pública ante la magnitud de la catástrofe, la noticia aún era de primera página: la salida de la fuerza desde la base naval de Rota, la llegada a Petit Goave (próximo a Puerto Príncipe), los primeros contactos con la población, el comienzo de sus actividades: desescombros, recuperación de viales e infraestructuras vitales, apoyo y asistencia sanitaria donde no la había, abastecimiento de agua y otros suministros vitales, etc.

Poco a poco, a medida que la situación mejoraba en lo posible, se iba entrando en una cierta rutina, si es que se puede hablar así en un entorno asolado en el que el día a día se presenta siempre diverso y demandante. La operación había entrado en velocidad de crucero, donde lo que más importaba era ir mejorando las condiciones de vida y sanitarias de la población local y donde cada parto, cada curación, cada infraestructura recuperada aun parcialmente, se convertía en una fiesta de la que participaba toda la fuerza. Era el tiempo de la labor eficaz y discreta cuyo mayor aliciente es la eficacia en el trabajo que desarrollan y el mejor premio es la sonrisa de agradecimiento de la gente. Lo cierto es que ya no era noticia de primera plana y sólo de vez en cuando en algún medio aparecía alguna referencia de forma esporádica sobre lo que allí sucedía y a través de la página web de la Armada se podía comprobar la profesionalidad, eficacia, dedicación y espíritu de servicio, la ilusión, sentimientos y emoción con la que viven su labor allí.

De repente ha vuelto desgraciadamente a ser noticia de portada, si bien luctuosa. El 16 de abril pasado, cuando regresaban dos helicópteros desde la República Dominicana de una misión logística, uno de ellos se estrelló en una zona montañosa de difícil acceso, al parecer debido a la deficiente visibilidad en la zona, muriendo los cuatro ocupantes. Cuando se recuperaron sus cuerpos en el 'Castilla', se les rindieron honores por sus compañeros a bordo, bajo la presidencia de la ministra de defensa. Es fácil imaginar la emotividad del acto donde entre lágrimas reprimidas y dolor contenido sus compañeros les rindieron un último tributo a bordo. Poco después eran repatriados a España, donde llegaron a la Base Naval de Rota donde están estacionadas las unidades a las que pertenecían. Nuevamente actos de emoción y dolor en el primer contacto con sus familiares más directos y con sus compañeros. En la mañana del martes 20 se celebró el funeral de estado en una ceremonia militar y en una misa oficiada por el arzobispo castrense, bajo la presidencia de los Reyes y con asistencia de los más altos representantes civiles y militares de la nación en un hangar de la Flotilla de Aeronaves. Nuevamente emoción y pena contenida, bajo los acordes del himno nacional y 'La muerte no es el final' en un último homenaje oficial, con la imposición de condecoraciones a título póstumo y su entrega a sus familias junto con la bandera nacional que cubría sus féretros y con la salve marinera y el himno de la Armada como último y sentido adiós de sus compañeros.

Conozco muy de cerca la Flotilla de Aeronaves y el 'Castilla', unidades a las que pertenecían todos los fallecidos y que han estado bajo mi responsabilidad no hace demasiado tiempo. Llevo menos tiempo retirado y aún siento en lo más íntimo todo lo que sucede en la Armada. Y, sinceramente, me he emocionado participando en todos estos actos en la distancia y desde el corazón. Se nos han ido cuatro compañeros, cuatro militares, cuatro marinos, cuatro españoles en la plenitud de sus vidas, que ya no volverán, salvo en espíritu, cuando regrese a España la Agrupación con el orgullo y satisfacción por una labor bien hecha a la que ellos contribuyeron. Pertenecientes a distintos cuerpos de la Armada y nacidos en distintos lugares de España, pero todos ellos unidos por su vocación en una misma misión, trabajando con la misma ilusión y espíritu de servicio y con la misma lealtad a principios y objetivos comunes.

«Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido.», así comienza 'La muerte no es el final'. Cuando alguien muere es muy difícil consolar a sus familiares más cercanos, que de repente sienten un tremendo vacío con la angustia sobre un presente bruscamente alterado y la incertidumbre sobre un futuro que ya no será el que preveían. Pena, dolor, angustia es lo que todos sentimos cuando desaparece un ser querido, sobre todo cuando se produce de forma brusca e inesperada, en un accidente que quiebra el curso normal de una vida. Sólo desde la fe, desde el convencimiento de que han muerto por algo en lo que creían, por algo por lo que merecía la pena dedicar su vida es como se puede encontrar cierto consuelo en la esperanza de que con su ayuda desde lo alto sabrán reconstruir su vida.

Estos cuatro compañeros «.con su sangre la empresa rubricaron, con su esfuerzo la patria engrandecieron. Fueron grandes y fuertes. como héroes murieron. Por la patria morir fue su destino, querer a España su pasión eterna, servir en los ejércitos su vocación y sino.». Luis Fernando Torija, Francisco Forné, Manuel Dormido, Eusebio Villatoro son ya irrepetibles, lo son por supuesto para su familia más cercana, esposas, hijos, padres, hermanos, pero también para sus otras familias, sus respectivas unidades, la Armada, la gran familia militar, España, en suma, que ya no les olvidará, porque con su entrega se han hecho un hueco por méritos propios.

Descansen en paz. Y que la Virgen del Carmen proteja a sus familias, a las que mando un sentido abrazo, y nos ayude a seguir su ejemplo a todos los que nos quedamos admirados y agradecidos.