APATÍA

Si, en otros tiempos, el conjunto amarillo despertaba la simpatía de propios y de extraños, en la actualidad, con ese juego insulso e ineficaz que desarrolla, aunque no podemos afirmar que genere antipatías, sí está provocando una creciente y peligrosa apatía: esa indiferencia que es consecuencia del convencimiento de su manifiesta debilidad. Cuando ya todos hemos comprobado su escasa capacidad goleadora, su notable debilidad defensiva y su evidente escasez técnica, es comprensible que el equipo haya perdido su poder de ilusionarnos. No podemos olvidar que el sufrimiento es soportable cuando es el precio inevitable para alcanzar algún beneficio, pero carece de sentido cuando hemos llegado a la conclusión de que es inútil. Ya hemos podido comprobar cómo los alentadores cánticos no sirven para dotar a los jugadores de esos recursos imprescindibles para ganar los partidos; nuestros gritos y aplausos no proporcionan ideas, fuerza, velocidad, técnica y habilidad para marcar más goles que el equipo contrario. ¿Recuerdan lo modestos que nos parecieron aquellos propósitos que formularon los futbolistas al comienzo de la temporada? «Procuraremos -repetían todos a una- lograr los cincuenta puntos cuanto antes. Después, no fijaremos otras metas». Si en la actualidad esos objetivos nos parecen utópicos es porque reconocemos la radical debilidad de la plantilla. En mi opinión, la atonía actual de la afición es más peligrosa que aquella indignación que, en otras situaciones, provocaban las derrotas; esta falta de tensión puede ser, a mi juicio, una de las amenazas más graves para que alcancemos los objetivos tan ansiosamente deseados por todos: la permanencia en la Segunda División. Por muchas cuentas que hagamos, el triunfo final sólo se logrará -es una obviedad- alcanzando una suma total de puntos más elevada que la que consigan los demás adversarios. Una vez más tenemos que repetir que 'la verdadera final' es, también en esta ocasión, el próximo partido.