DONDE CABEN DOS
Actualizado: GuardarSí, ya lo sé. Madrugó mucho, y aún así le costó encontrar sitio en los autobuses gratuitos donde no cabía ni un alfiler, pero no llegó usted a tiempo para cantarle a los suecos la coplilla que le había compuesto a los sofás Karlstad, nombre que no le costó mucho encajar en la rima, porque la apertura del IKEA de Jerez le ha cogido con todos los Millenium leídos. Ya lo sé, ni siquiera estuvo entre los cien primeros candidatos para conseguir los veinte euros de consolación. Qué le vamos a hacer. Es lo que tiene la república independiente que, mira por dónde, rima con lo de «donde va Vicente». Apenas podía moverse por los pasillos donde unos partiditos muy coquetos le llamaban como las sirenas a Ulises, pero con musiquita facilona de los Ronaldos: «donde cabe uno, caben dos» como si usted no supiera desde hace mucho tiempo que el milagro de la multiplicación del espacio se hace a diario en su casa. «Estos suecos» decía uno «lo que no inventen.».
Y usted sonreía, porque el arte del almacenaje y el de encontrar hueco lo tiene tan perfeccionado que no le sorprendieron en absoluto ni el Godmorgon ni el Barnslig Ringdans que son como las cajas que tiene usted encima de los roperos, pero en sueco. Qué le vamos a hacer. La novedad, es la novedad. Como las albóndigas, que era lo único que quedaba en el restaurante y que a usted le recordaron un poco a las que comía en la cantina cuando hacía la mili, pero no dijo nada, porque ya la mala conciencia del viaje en balde le estaba achuchando. Y se volvió tal y como había llegado. Sin nada. Bueno, no tanto. Traía usted los bolsillos repletos de lapicitos y una musiquita en el corazón «donde caben dos.».