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Opinion

El caso

Tenemos la obligación de intentar huir de la realidad durante al menos un par de horas diarias

F. L. CHIVITE
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Leo por ahí que han encontrado una especie de hormiga en Asia que es capaz de levantar cien veces su propio peso. Luego leo que han inventado un chocolate que puede aguantar hasta 55 grados de temperatura ambiente sin derretirse. Y también que un hombre de California llamado Scott Moore se quedó embarazado y esta misma semana ha dado a luz a un niño que se llamará Miles. Y que en Inglaterra acaban de lanzar una revista pornográfica para invidentes titulada 'Tactile Minds', algo así como 'Mentes táctiles', porque las fotos tienen relieve y se acompañan de interesantes comentarios. En fin, hay cientos de noticias así, del tipo 'Mundo insólito'. Podríamos llenar los periódicos. En el fondo, a mí me encantan, lo digo en serio. Detecto en ellas un sesgo errático que subyuga automáticamente al lado más esquivo de mi naturaleza. De hecho, siempre he creído que somos rehenes de la realidad. Y que, en cierto modo, tenemos la obligación de intentar huir de ella aunque sólo sea durante un par de horas diarias. Pero últimamente está difícil. La realidad se ha puesto arrogante. Y el tono y el nivel de decibelios que está alcanzando eso que podríamos denominar 'el estado de las cosas' aquí, en la intensa España, se acerca por momentos a unos índices de toxicidad peligrosos. No sé. En seguida llegamos a la farsa. Al exceso. Pero tampoco podemos pretender librarnos de nosotros mismos, claro.

El caso es que, de repente, a la hosquedad de la crisis económica, al viejo y entrañable asunto de la corrupción política y a la acostumbrada beligerancia de los líderes religiosos en cuestiones que no son de su incumbencia han venido a sumarse las cada vez menos sutiles luchas intestinas en el poder judicial. Y el 'affaire' Garzón, como le llaman por ahí, se ha convertido en una especie de vórtice enloquecido, cuyas consecuencias (acabe como y cuando acabe) resultan ya lamentables tanto en lo que se refiere a la repercusión internacional como por su trascendencia emocional a corto y medio plazo en el estado de ánimo del país. Me recuerda a un comentario de Le Carré que leí hace unos días: «Nuestro futuro reposa en lo colectivo pero nuestra supervivencia se basa en lo individual. Y esa paradoja nos mata diariamente». De todas formas, el gran peligro que subyace tras el tumulto mediático es que se logre, como al parecer se pretende, solapar una verdad sencilla: no puede haber amnistía para cierta clase de crímenes sometidos a la legalidad internacional. Y punto. Además, el verdadero sentido de las exhumaciones es el de dar finalmente sepultura digna a un ser humano que fue asesinado y tirado a una cuneta de mala manera, y cuyo nombre se conoce. Eso no puede negarse nunca. Se trata de la restitución de una justicia elemental. Es algo anterior incluso a la ley. Digo yo.