Monarquía versus república
CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZActualizado:Cada vez con más frecuencia en cualquier manifestación de adhesión o protesta, del tipo que sea, aparece la bandera «republicana» que adoptó como enseña nacional el Estado español entre los años 1931 y 1939, un hecho sociológicamente sorprendente, sobre cuyas motivaciones conviene ahondar, cuando algunas instituciones públicas se suman al fenómeno. Sirva de ejemplo el Ayuntamiento de Sevilla, que el pasado 9 de abril ha promovido un acto de afirmación republicana, amenizado por el grupo Los Chikos del Maíz, que en su canción 'Spain is diferent (Profunda y Cañí)', justifican el secuestro de Ortega Lara, tachan de puta a Letizia Ortíz o manifiestan que «defecarían con gusto en la cara de Esperanza Aguirre». La letra completa circula por la web, para quien desee deleitarse con su elaborada y muy tolerante lírica popular.
En rigor, una república no es más que una forma de organizar la Jefatura del Estado. En el mundo contemporáneo, son básicamente dos las posibilidades en este campo: monarquía o república. Pero la opción por una u otra no aporta, de suyo, ulteriores connotaciones, y, así, existen repúblicas democráticas y no democráticas, del mismo modo que hay monarquías de ambos signos, repúblicas «islámicas» sin vestigio alguno de democracia y repúblicas «bolivarianas», lo que quiera que esto sea.
Parece evidente que los nostálgicos de la Segunda República española al enarbolar su símbolo quieren mostrar algo más que una mera preferencia por la forma de estructurar la cabeza del Estado: otorgan al término «república» un significado menos neutro y le asocian connotaciones más amplias. Por eso conviene concretar qué es lo que reivindica un español del siglo XXI cuando empuña la tricolor.
Con mucha frecuencia, el portador de la enseña cree que nuestra Segunda República fue una arcadia feliz donde imperaba la paz y la justicia. En esta sociedad libre e igualitaria la mayoría de los españoles habitaba contenta, hasta que una reducidísima minoría de fascistas y curas, ayudados por los nazis, pusieron fin a la pacífica convivencia. Para contrastar la verdad de esta visión existen a disposición de quien quiera tomarse la molestia una enorme cantidad de obras históricas. Pero hoy son muchos los que piensan, como yo, que la II República es más bien un antimodelo, la lección histórica que ofrece el pasado a quien quiera aprender de él para no repetir errores. Otra cosa es que la invocación modélica de la II República se realice como manifestación fervorosa de fe o sentimiento; saliéndonos del terreno de la política, cada uno es muy libre de creer pacífica y respetuosamente en lo que quiera, sea la santidad de Largo Caballero o en la existencia de los Reyes Magos.
Sin embargo, si de lo que hablamos es de política, los deseos de paz y justicia social que dicen defender los portadores de la enseña tricolor ni son consustanciales al sistema republicano, ni monopolio de esta forma de organización del Estado: pueden darse bajo otros modelos de Estado. Sostener lo contrario es, sencillamente, liar al personal mezclando churras con merinas. La preferencia por una república como forma de organizar el Estado es perfectamente legítima, defendible y hasta plausible, creo, como manera madura de articular la Jefatura del Estado en una sociedad democráticamente avanzada. Ahora bien, pretender asimilar hoy república con todo lo bueno y lo noble de la política y monarquía con lo más nefando es maniqueo, irreal, irresponsable y profundamente injusto.
Muchos de los que en la actualidad defienden la República en España representan a una izquierda radical y antisistema que espanta a los republicanos demócratas. Más propensos a la bronca macarra que a la exposición serena y razonada de sus propuestas, nos sorprenden cada día con una nueva estupidez. La última, invitar a un acto de afirmación republicana en Sevilla a un grupo sospechoso de ser pro-etarra. Pero ha habido otras de corte similar, como la de proponer el pasado mes de diciembre, sin éxito por cierto, una cacerolada con ocasión del discurso de Nochebuena del Rey. Payasadas que sólo causan daño a la legítima causa republicana, asimilándola a movimientos nihilistas que tanto gustan a la progresía de instituto. Por tanto, descanse tranquilo nuestro monarca: con estos republicanos hay monarquía para rato.
De cualquier forma, desengáñense los que creen que una república es garantía de mejora social. Nuestros problemas, que son muchos y graves, no los solucionaría per se un cambio en el modelo de Jefatura del Estado; acaso ocurriera todo lo contrario. La justicia social y el avance real de nuestra democracia son pretensiones a las que no debemos renunciar, pero su consecución depende más del grado de madurez y responsabilidad del ciudadano que de los atributos con los que se revista la cabeza del Estado. No me atrevo a valorar cuánto de la prosperidad y de la equidad lograda en los últimos años debe reconocerse al haber del actual Rey de España, pero estoy convencido de que ninguno de los periodos republicanos de nuestra turbulenta historia política arroja un saldo equiparable. ¿No es este un hecho a tener en cuenta? Por tanto, aunque con carácter general, y siempre conforme al procedimiento constitucionalmente establecido, pueda cuestionarse la modernidad del sistema de monarquía parlamentaria, somos muchos los ciudadanos que, sin cacerolas o caravanas de banderas, pensamos que el rey don Juan Carlos obtuvo su legitimidad del refrendo constitucional y, al día de hoy, merece un respeto que sólo algunos ruidosos le niegan.