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Sacrosanta demencia

JUAN MANUEL BALAGUER
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Tenidos por dementes son aquellos seres extraordinarios con capacidad de legislar su propio orden existencial, conculcando moldes sociales y pautas del comportamiento convencional. Aquellos que moran en el caos de la creación. O en la lujuria del humor. En craso error se incurre deslindando entre la salud creadora y la salud insípida, sin otorgarle a la siquiatría su exclusiva prerrogativa diagnóstica, apta para determinar la cartografía clínica que marca la cruel frontera entre la locura del que sufre, y hace sufrir con ella, y la del que disfruta de ella y hace disfrutar por ella.

Quiso Fernando Quiñones, compendio del gaditanismo esencial, despedirse a lo grande del Reader's Digest vestido de torero. Mi hermano Luis le prestó un terno diseñado por Cortezo, una hermosura, para la zarzuela «Pan y toros». Si bien Fernando tuviera más porte de cantaor que de novillero, aquella prenda le quedaba de dulce. Desorejó al morlaco de aquella encerrona sajona panificada. Son liturgias éstas las propias del talento genuino, tales que a todos nos pareció normal que se ataviara así para proclamar su independencia creativa, su rebeldía de manumiso.

No es el único caso de torerismo libertario que conozco. Gigi Zighi, amigo de Zvi y mío, hostelero milanés rey del capuchino, nos confesó que su mujer se la pegaba. Entre hipidos, ajeno a todo consuelo nuestro y de la «grappa», nos solicitó orientaciones para darle un castigo uránico. Para casos como éstos de encono volcánico, no es sano recurrir a la violencia, pues tan cornudo se es en la cárcel como en libertad. Dejar de paladear su magistral «ristretto» nos inquietaba. Así, le aconsejamos que mejor era disfrazarse para cazarlos infraganti y darles un susto, que sacrificarlos como conejos lascivos en el lecho; el suyo. Y más barato que comprarse una escopeta en Volpi.

Más barato salió, pues otro compañero de café matutino, Piero Lucca, utilero de la Scala, prometió conseguirle un disfraz de su ilustre guardarropía. Inmensa fue la sorpresa, para mí mayúscula, dado el precedente, cuando vimos que Piero le trajo tres ternos de torero, de la «Carmen». A elegir. Sin interpretar la alegoría, lo vestimos de nazareno y oro, y de esa guisa subió a su cercana casa con porte de Marte. De ella descendió, montera en mano, en plena libertad y sin culpa, alegrándose su feligresía de su manumisión. Faltó un pasodoble. Éstas no son locuras. Quizás surrealistas folías; a lo sumo. Locura clínica resulta ser, unipersonal y colectiva, que una niña asesine a otra y que nuestra Sociedad no resulte inculpada de un abominable delito contra la germinación saludable, cuerda, de la infancia.