Historias de tierras calientes
Actualizado:Sostiene García Márquez que Jonás inventó la literatura de ficción cuando después de tres días de farra contó a su mujer que le había engullido una ballena, en cuyo vientre había recorrido todo el Mediterráneo hasta llegar a Cádiz. Sin embargo, las historias mágicas de los narradores colombianos más que invención parecen crónicas reales de esas tierras calientes. Valoramos demasiado la capacidad del hombre para inventar, la realidad es mucho más rica, sobre todo allá donde crece la palma. Otro fabulador colombiano bien conocido de mis lectores, pues estudió en Cádiz y ahora es catedrático en la Facultad de Medicina de Sevilla, Diego Gómez Ángel, relata también historias fascinantes de la ciudad de su infancia, Tuluá (80.000 habitantes entonces). Cuenta del sacristán, Andrés Paradas, que desayunaba pólvora porque según pensaba limpiaba la sangre y engordaba los testículos, y de don Grisaldino López el sobador, que utilizaba manteca de oso para tratar todo tipo de dolencias. Recuerda el recibimiento de una cosechadora canadiense que llegó en ferrocarril desde Toronto. Todo un desfile hasta la estación con banda de música, banda de guerra y fuerzas vivas, entonando el himno nacional que compuso Orestes Sindichi. Todos se arrodillaron cuando bajó la cosechadora mientras los clérigos la bendecían.
Parece que a todo personaje culto de Colombia se le ha otorgado tal don. De Rogelio Salmona (1927-2007), uno de sus más conocidos arquitectos, formado en el estudio de Le Corbusier, fueron muy celebradas las historias que relataba del padre de la arquitectura tectónica. Contaba Salmona una divertida anécdota que tuvo lugar durante la inauguración de la Unidad de Habitación de Marsella, un complejo de viviendas en dúplex con todos los servicios comunes configurando un edificio sustentado sobre pilotis. Picasso, que asistió al evento, se quejó acerca de la inexistencia de lienzos verticales sobre los cuales se pudiera orinar, así que lo hizo sobre uno de los pilotis. La esposa de Corbu riendo le apuntó con el dedo exclamando: «Elle est très petite» (es muy chica!). Toda una afrenta al pintor español del cual se celebraba su éxito con las mujeres.
En 'Cien Años de Soledad', Fernanda se queja de Aureliano Segundo, «su marido se sentaba como un sultán de Persia a contemplar la lluvia, porque no era más que eso, un mampolón, un mantenido, un bueno para nada, más flojo que el algodón de borla, acostumbrado a vivir de las mujeres y convencido de que se había casado con la esposa de Jonás, que se quedó tan tranquila con el cuento de la ballena».