fiestas en salou

¡Vaya turistas!

"Se comportan como cualquier universitario de farra", sostienen en el Ayuntamiento sorprendidos por la polémica

Salou Actualizado: Guardar
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s martes por la tarde y el espléndido paseo marítimo de Salou parece un folleto de vacaciones en familia. Parejas con hijos y grupos de señores mayores van y vienen, vienen y van, disfrutando del privilegio de que el sol haya decidido asomarse por aquí en temporada baja. A nadie se le escapa que la localidad tarraconense es un destino habitual para extranjeros –las calles están llenas de ‘minimarkets’, de ‘steakhouses’, de ‘take aways’, de carteles que ofrecen ‘English breakfast’ y cerveza por ‘pints’–, pero en esta época casi todas las conversaciones suenan en distintos acentos del español, la mayoría de la mitad norte, y también en euskera, porque estas playas siempre han ejercido una tremenda atracción sobre los vascos hartos de ver llover. Se escuchan las olas, las risas de los niños y, de fondo... ¿un himno tribal de guerra, quizá? ¿Acaso nos invaden los vikingos? Algo parecido: es el canto festivo de cuarenta mocetones británicos ataviados con calzoncillos, delantal, gorro de cocinero y nada más, a menos que contemos unos cuantos tatuajes. Las previsiones se han cumplido y el segundo contingente del Saloufest ha llegado a la Costa Dorada.

El festival británico, una curiosa mezcla de deporte diurno y desfase nocturno, ha traído a más de 8.000 universitarios en dos turnos y ha brindado a Salou una presencia indeseada en la prensa nacional y, sobre todo, en la extranjera. Aquí se ha debatido sobre el modelo de turismo que queremos para nuestras costas, sobre si los euros de unos son tan buenos como los de otros, pero allí se han centrado más en las historias de miedo para padres, un género siempre resultón en los tabloides: hospitalizaciones por coma etílico, campeonatos entre las muchachas para ver quién se acaba liando con más tíos (los tríos cuentan doble, dicen), angelicales jovencitas que a la vuelta pasan por clínicas para enfermedades venéreas y, como guinda, la denuncia por violación que presentó una chica tras despertarse desnuda en la playa, aunque también podría tratarse de sexo consentido y olvidado. El Ayuntamiento, un poco sobrepasado por la inesperada polémica, insiste en que estos chicos no resultan especialmente problemáticos: «El número de partes policiales durante la primera tanda fue infinitamente inferior al de cualquier día de temporada alta. No tienen un comportamiento diferente al de cualquier universitario que se va cuatro días de farra con los amigos. Son llamativos y ruidosos, sí, pero también ocurre que las calles no están a tope como en verano, cuando hay en Salou 200.000 personas, y simplemente se les ve más. Seguro que los seguidores del Arsenal se portan peor en Barcelona», argumentan.

Ciertamente, buena parte del lío se debe a algunos rasgos singulares del concepto de fiesta de este colectivo, que a veces convierten su estampa en algo parecido a un documental de La 2. Para empezar, son dados a vocear, a corear cánticos de exaltación grupal. Y, por otro lado, parece entusiasmarles salir disfrazados y acabar más o menos desnudos. Nuestros amigos los cocineros cumplen todos los requisitos: berrean a pleno pulmón, como si quisieran que les oyesen desde casa, van vestidos raro y, la verdad, no les queda mucha ropa que quitarse. Tras un recorrido por las calles de Salou, entran con decisión en The Little Brit, un garito inglés que lo mismo les ofrece jarras grandes de kalimotxo a cinco euros, que pastel de carne como el de sus abuelas, que la ‘bolsa inglesa’, un ‘kit’ de animación deportiva que incluye bandera, bufanda y pintura facial. Los chicos sirven también para demostrar otra característica de esta segunda remesa del Saloufest: no quieren hablar con la prensa, ni se dejan retratar, ni se prestan a dar sus nombres, porque alguien de la organización les ha leído la cartilla. El único que se muestra afable es Tim, un espíritu libre: en medio de la dictadura cervecera, se está tomando un ‘sex on the beach’ (sexo en la playa, qué cosas), un cóctel rojo con vodka, licor de melocotón, zumo de naranja y granadina. «Estudiamos todos en Londres, pero yo soy irlandés. Somos cuarenta ingleses y un irlandés», explica entre risas, y después dirige a su interlocutor una mirada grave. «Oye, ¿parecemos muy tontos vestidos así?».

Noche de autodestrucción

Según el programa de la promotora I Love Tour, esta primera noche es de «autodestrucción», pero además coincide con el Barça-Arsenal, así que el Little Brit pronto se convierte en una caldera de pasiones y sudor alcohólico. «En realidad, yo soy del Chelsea, pero quiero que gane el Arsenal porque el Barcelona nos jodió bien el año pasado», explica uno. Los cánticos arrecian, las frases se aceleran y el intruso ya sólo entiende los ‘fuck’, ‘fucking’ y demás derivados de esta palabra fea, como únicos tropezones reconocibles en el engrudo idiomático. Además, le resulta un poco extraño ser el único cliente vestido del bar, así que decide mudarse a la acera de enfrente, a Los Pescaítos, donde la camarera sacude la cabeza en referencia a los cocineros nudistas: «Están un poco locos, aunque los de la semana pasada estaban más locos todavía». Su opinión tiene mucha validez porque se llama Lucy y, bueno, es inglesa. «Me da un poco de vergüenza, porque en Inglaterra no es normal salir así».

–Son cosas de las vacaciones, ¿no?

–Sí, es cierto, pero parece que siempre tienen que hacerlas los ingleses.

Pierde el Arsenal y hay que beber para olvidar. Si hubiese ganado, habría que beber para celebrarlo. El epicentro nocturno del Saloufest es el Bus Stop, un pub al que se van acercando cientos de criaturas pintorescas: hay superhéroes, marineros, zombis del cuerpo de baile de Michael Jackson, lolitas, osos, vikingos y seres directamente indefinibles. «Nosotros vamos de vaqueros gays –aclara Kane, un estudiante de producción audiovisual de Winchester que baila delante de la puerta junto a su amigo Paul–. Pero eso es hoy. Otro día vamos a salir de guerreros espartanos. Y también tenemos una noche de guerreros zulús». Kane y Paul han llegado por la mañana, han estado bebiendo de once (sí, once de la mañana) a cuatro de la tarde, han dormido una hora y han vuelto a salir, pero no hay que engañarse: no se trata de dos mastuerzos, sino de tipos listos y educados. «Nos gusta España porque es muy tranquila, se vive sin prisas. Lo malo es que tienes que atravesar Francia, ja, ja... Oye, ¿y tú de qué parte de España eres?»

–De La Rioja.

–Mmmmmm... ¡Rioja! Eso sí que es muy conocido en Inglaterra. Vamos, es prácticamente como si fuese Inglaterra.

Se acerca la medianoche y los estudiantes se van desinhibiendo. Trasiegan vodka mezclado con bebidas energéticas, chupitos de sambuca y, sobre todo, cerveza, más cerveza, muchísima cerveza. Si el Mediterráneo fuese cerveza, no dejarían ni gota. «Por ahí lo están llamando turismo barato, pero de barato no tiene nada, porque consumen un montón. Y no se meten con nadie: son universitarios, no hooligans, y piden perdón por cualquier cosa. Esto, a principio de temporada, es como que te toque la lotería», defiende Norberto Abenójar, el propietario del Bus Stop. Su postura coincide con la del Ayuntamiento y está apuntalada por esas estimaciones que calculan en más de cinco millones de euros lo que estos visitantes van a dejar en Salou.

Spiderman y Sperman

Enfrente están las quejas de varios vecinos torturados hasta el martirio (a nadie le hace gracia que una cuadrilla ebria vocifere el ‘cumpleaños feliz’ veinte veces seguidas bajo su ventana y, de propina, vomite en el portal) y los avisos de la Generalitat, que considera este modelo una «reminiscencia» del pasado y alerta sobre la amenaza que supone para el turismo familiar. Chloe, que cursa «estudios policiales» en la Bucks New University, se asombra de la controversia: «Es ridículo. Cosas así suceden en todo el mundo, en el Reino Unido también. No le veo la importancia».

Muchos de los estudiantes tienen partido al día siguiente, porque no hay que olvidar que esto son unos encuentros deportivos. Unas disciplinas se juegan en Reus, en unas instalaciones a las que se podría bautizar como ‘el resacódromo’, y otras se disputan en la playa. Pero los ingleses siguen bebiendo como si no existiese el mañana. Poco a poco, algunos se sueltan a hablar con el periodista, pero ya hemos llegado a esa hora en la que el surrealismo domina las conversaciones. «Quiero aprovechar las páginas de tu periódico para remarcar que no he vomitado ni meado en vuestras calles», dice un universitario de Oxford Brookes, enfundado en un ceñido mono negro. Su amigo Joe, con un conjunto similar en verde, muestra esa insistencia un poco latosa de las madrugadas: «Debo encontrar a mi amigo Ramón Aragonés. Vive en Salou. Yo soy el padrino de su hijo Oliver», dice cuatro o cinco veces, para pasar después a una demostración de su dominio del castellano con la inquietante frase «Carlos, me gustas». Se acercan dos superhéroes: uno va de Spiderman y el otro simplemente ha escrito Superman en una camiseta blanca, pero después ha tachado una letra para dejarlo en Sperman, el ‘hombre esperma’. «Estamos en una semana libre de alcohol –proclaman, sobre el tufillo etílico de sus vasos–. Queremos fomentar las relaciones entre Cataluña e Inglaterra. Aquí tenéis una bella cultura, un tiempo estupendo, una comida muy buena...». Y, hala, se larga un lingotazo.

A partir de la una, la cosa empieza a degenerar y se desatan las escenas menos edificantes. Un grupo de chicas se abre el vaporoso atuendo blanco en mitad de la Avenida de Andorra para mostrar el bikini a los conductores, un superhéroe enseña un culo muy poco portentoso, un tipo con diminuta falda escocesa se exhibe mientras orina en una furgoneta, el magreo se vuelve más intenso y se detecta una cierta tendencia a vomitar. Muchos disfraces han ido menguando: hay bastantes chicos con el torso desnudo y alguna chica en sujetador. Los ‘controllers’, personal contratado por la organización, tienen que multiplicarse para evitar atropellos. Es cierto que estas cosas se ven de manera diferente según el punto de vista, o según cuántas cervezas se hayan bebido antes de juzgar, pero está claro que los estudiantes británicos no sólo resultan chocantes para los residentes y visitantes de más edad. Cuatro chicas de Llodio –Geraxane, Itxaso, Janire e Ixone– atraviesan la bacanal con los ojos como platos: «Al salir del hotel, nos hemos encontrado a un montón de tíos desnudos con delantal», explica Geraxane. Sí, a esos los conocemos, deben de seguir en The Little Brit, si es que no ha estallado el bar de tanta testosterona junta. «Hoy hemos visto de todo. Hemos estado en la playa y, a las cuatro o las cinco de la tarde, los guiris ya estaban bebiendo vodka y metiéndose en pelotas en el mar. ¡Respeto cero! Y eran... ¡miles!», exagera una de las alavesas. Y su amiga toma la palabra: «Pensábamos que ya no nos asustábamos por nada, pero hasta hemos llamado a casa para contarlo».