El estado de la corrupción
La sociedad carece de escrúpulos éticos; incluso los alcaldes más sórdidos fueron reelegidos
Actualizado:Los españoles sin duda estarán mucho más tranquilos ahora que saben que los grandes partidos ultiman un Pacto contra la Corrupción. Al fin en este país se va a poder descansar sin pesadillas éticas por tener que ir a votar con una pinza en los escrúpulos. Este Pacto contra la Corrupción se anuncia como cortafuegos final frente a las coartadas que amparan a los sinvergüenzas, la tolerancia con los saqueadores de carnet. Sobran los antecedentes: el Pacto contra el Transfuguismo, código de conducta que los partidos han cumplido minuciosamente sin comprar mayorías en el mercado persa de las siglas; el Pacto de Toledo, ese viejo consenso que unos y otros han respetado honorablemente, sin traiciones electoralistas; el Pacto de la Justicia, que ha logrado despolitizar el tercer poder despejando el temor a los tribunales 'pseudo-orgánicos'; y desde luego el Pacto contra el Terrorismo para impedir cualquier negociación opaca con ETA y neutralizar la tentación de la deslealtad desde la oposición. Un pacto en España es una garantía; y así será también el Pacto contra la Corrupción al fin sin la menor incertidumbre: la corrupción definitivamente tiene vía libre. Otro pacto de éxito.
El PP ha sacrificado en muy poco tiempo el heraldo de la ética y ahora está atrapado en la telaraña desplegada por ellos mismos contra la corrupción socialista del tardofelipismo, aquellos años de venalidad descarnada entre marianos y roldanes. Ahora sus propias palabras persiguen a los dirigentes del PP como una jauría hemerográfica al olor del 'caso Gürtel', sobre todo Bárcenas -el hombre que sabía demasiado, aún con despacho oficial, en plan Filesa- y Camps, o también Fabra, y desde luego Matas en Baleares, al que aun pagaron desde Génova al salir de la ciénaga. Al PP se le acabó el recurso de 'y tú más' -sólo algunos barones de provincia aún mantienen la consigna cómica del «partido incompatible con la corrupción»- y los dirigentes parecen no saber qué hacer con su reluciente código de conducta. Rajoy ha situado los principios por encima de la ley, como Warnock en su 'Guía ética para personas inteligentes' -un libro muy agradable de pedir en la librería- pero ahora el líder del PP no sabe qué hacer. Como los dirigentes del PSOE, ha comprendido que la corrupción no le quita votos. Si los votantes carecen de escrúpulos éticos -hasta los alcaldes más sórdidos fueron reelegidos en 2007, y ahí están las encuestas- parece tentador soportar el espectáculo mediático hasta que amaine. Lo demás es teatro, como el nuevo Pacto. Aunque consensúen los controles independientes, asumiendo 'la ecuación de Klitgaard' sobre la corrupción, todo da igual mientras los pactos, como los programas electorales, se hagan para no cumplirlos.