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LA PRUEBA DEL 9

MANUEL ALCÁNTARA
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El caso Gürtel, que tiene más protagonistas que la guía telefónica, empieza a aburrir a la afición. Ya sabemos el final de la novela que por ahora constituye la mayor trama de corrupción de la democracia aliada con una formación política, en dura competencia con otras ingeniosas tramas, aliadas con otras formaciones políticas. El juez Pedreira es el único que no bosteza cuando lee el secreto del sumario. Ahora hay nuevas pruebas que incluyen informes de Hacienda sobre nueve cargos del PP que cobraron sobornos y defraudaron, incluido el tesorero, que debía de ser el más listo. No salen las cuentas, pero ellos saldrán de la cárcel, si es que entran. ¿Qué son 3,8 millones de euros, divididos entre las personas que apoyaron de buena fe y de buena esperanza a ese partido? Incluso para perdonar caben a poco por perdón. Quizá dé lo mismo que los imputados sean nueve que noventa. En el Talmud se lee que Dios ama a tres clases de hombres: lo que no se enojan, los que no renuncian a su libertad y los que no guardan rencor. Los que se llevan la pasta de su organización política cumplen esos requisitos: están contentos; aman la libertad, aunque sea bajo fianza, y no odian a nadie, ni siquiera a los que robaron más que ellos. La Iglesia católica, por su parte, siempre ha predicado el perdón. Su Santidad el Papa, en su homilía del Jueves Santo, ha omitido hablar de pederastia, pero ha repudiado el aborto. Quizá no haya que sacar conclusiones, pero puede que el perdón tenga sus preferencias.

Algunas agrupaciones religiosas se han convertido en verdaderos 'refugium maricotorum' y el celibato de los clérigos se debate más que la píldora poscoital. Lo que no acaba de estar mal visto es cambiar las cosas de sitio. «Enriquecerse sin robar, pocas veces vi lograr» dice el refrán, pero no dice nada de la restitución de lo robado.