HORDA COFRADE
La Semana Santa es el fenómeno que concita la mayor expectación en torno a algo que se repite de forma idéntica cada primavera
Actualizado:De todos los fenómenos casi paranormales que ocurren a nuestro alrededor, desde el controvertido Big Bang del Gran Acelerador de Hadrones, nombre que parece sacado de una novela barata o directamente de los cómics de Snoopy y Carlitos, hasta el estudio encargado por el Ayuntamiento para la instalación de un tranvía por el casco antiguo -«están locos estos romanos», que diría Obélix- el que más me interesa, siempre desde el punto de vista de Endemol, ya saben, por la cosa sociológica, es el de la Semana Santa en Cádiz. He dicho bien. En Cádiz. Porque aquí ocurre algo parecido a lo de los documentales de La 2 o lo de la primera victoria del PP, pero al contrario. Nadie ve las procesiones, pero te encuentras a todo el mundo en la calle, incluyendo a aquellos que se parten el pecho proclamando un ateísmo -como si ver pasos llevara implícito algún tipo de catequesis o penitencia- con la misma vehemencia y el mismo fervor que el Beato Diego hacía de las suyas. En fin.
Pero lo cierto es que de aquellas tres 'c' que decían que conformaban el carácter de esta ciudad -no, no son Cádiz, Ciudad Constitucional, lo siento- es la de las cofradías la que concita la mayor expectación del año y la que reúne a un mayor número de personas en torno a algo que se repite de forma idéntica cada primavera -salvo estrenos, rellenos y correcciones-. Y que, llevándole la contraria a la lógica natural, presenta grandes signos de involución en vez de evolución. Qué le vamos a hacer.
El sentimiento encontrado
A los que tuvimos la oportunidad de ver el Perdón a hombros por la calle Nueva, a las Cigarreras frente a la Fábrica de Tabacos, a los que pudimos ver alguna recogida del Nazareno con el sol y la locura en su punto más alto, cada Semana Santa nos regala aquellos últimos versos de Machado: «Estos días felices y este sol de la infancia» y nos devuelve a unas calles en las que un trompetero avisaba a los penitentes de que aquello tenía que tirar para adelante. Claro que entonces no existían los hermanos de fila, ni las cofradías de negro, ni el clavero, ni los acólitos, ni el terno oscuro, ni el ruán, ni se hacían tantos aspavientos para entregar las túnicas, porque entonces no había tanto friki suelto por el mundo, la verdad.
Las dos caras
La Semana Santa de Cádiz, o en Cádiz -porque no sé bien si es un fenómeno estrictamente local- se ha reinventado a sí misma con una bicefalia que tarde o temprano empezará a dar dolores de cabeza a una o a otra.
Un pregonero a hombros, un debate sobre el raso o el ruán, una encuesta sobre el día que debe salir una procesión, cien mil carteles anunciando lo mismo, una asociación de mantillas, una pelea en la Casa de Hermandad, una cuadrilla que por poco se carga a más de uno, una campaña para captar penitentes, unos titulares de prensa ripiosos que recuerdan a los anuncios de los años sesenta del tipo «piedad para mis lágrimas», o ese empeño en cambiar los muebles de sitio sin el menor respeto por la tradición y la historia de cada cofradía -atención a cómo van modificándose los nombres sin que apenas lo podamos advertir- no hacen sino acentuar la imagen patética que se proyecta desde algunos programas de televisión, precisamente los que más audiencia tienen.
No es por ahí por donde continúa el camino. Por un lado, la Semana Santa sigue siendo la fiesta más rentable desde el punto de vista económico para la ciudad, casi tanto como el Carnaval. El predecible buen tiempo hace de esta semana un momento especial para Cádiz. Si por las mañanas, la playa -bueno, olviden lo de la playa- y el sol invitan a pasear y a gastar -que es de lo que se trata- la tarde transforma el centro en un ir y venir de gente que se traduce, me atrevería a decir, en los días de mayor venta para el comercio y para la hostelería de todo el año. El ambiente, borracho de olores, contagia optimismo. Así que hay que invertir, hay que cuidar la Semana Santa. No nos queda otra si pretendemos vivir del turismo.
El trabajo previo
No se puede vender una idea cuando no es original. Tratan las cofradías de mirar a Sevilla como si de allí les viniera el auxilio, despreciando las costumbres y tradiciones más genuinamente gaditanas, que son precisamente las que más habríamos de cuidar. Pero eso implica algo más que colocarse el terno oscuro y la insignia de la hermandad. Implica un trabajo serio, de documentación, de investigación, de archivo al que, en esta ciudad, donde todos sabemos tanto, no estamos acostumbrados. En esto, además de parecerlo, hay que serlo. De todo lo que se ha dicho y se ha escrito en torno al nombramiento de Arturo Pérez-Reverte como comisario de la exposición magna -del uso gaditanísimo del adjetivo 'magna', aplicado a cualquier cosa y como antónimo del tan socorrido 'digno' también se podría hablar largo y tendido- y de la conveniencia o no de tenerlo como abanderado cultural en esto de los fastos bicentenarios, me quedo con la opinión de alguien en algún blog -me encanta lo del cotilleo virtual- que decía que si a nadie se le ocurría que un guionista de la serie 'Urgencias', por muy bueno que fuera, pasara consulta en un centro de salud o hiciera una guardia en un hospital, tampoco un novelista, por muy bueno que fuera, tendría que ejercer de historiador.
Es lo que hay, que diría más de uno. Por si acaso, vayan mañana a la Magna de San Fernando. No tenían mejor forma de celebrar las Cortes de 1810. Vaya por Dios.