Opinion

Todos a la calle

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Ya saben mis fieles lectores que no pertenezco al mundo cofrade ni me cuento entre sus adeptos (con todos mis respetos). Sin embargo, he de confesar que en general me gusta la Semana Santa. No tanto por las procesiones, sino por el ambiente.

Es un gozo ver la calle invadida, ocupada y disfrutada por la gente, y una sorpresa notar cómo se multiplica el número de viandantes. Los 200.000 que somos nos dejamos ver de repente, como si acudiésemos a un toque de silbato. Crece el bullicio, y la vida se hace notar, efervescente, alegre, ruidosa. Hasta el fastidio de los palcos taponando el centro y de los cortes de tráfico, que te obligan a llevar el horario en el bolsillo para no quedarte colgado en cualquier cruce, se sobrellevan mejor viendo el ambiente festivo. Nos contagiamos del júbilo de los niños metidos a cereros, de las risas de los jóvenes en edad de pavonearse, de la camaradería de los amigos que se juntan y brindan en voz alta. Una ciudad que ríe, que se recrea, que bebe, come y enloquece un poco es una visión feliz. Como andaluces que somos, "sureños por la gracia de Dios", esta invasión de la calle forma parte de nuestras costumbres. En cuanto que la primavera hace amago de aparecer, nos lanzamos fuera. Pero es que también el otoño y el invierno nos invitan a salir, y cualquier pretexto más o menos lúdico nos vale. Es nuestro carácter, nuestra querencia.

Por eso, ya les digo, me guardo mis críticas sociales y religiosas, y, creyente o no, me alegro de que la Semana Santa esté repoblando los bares, las terrazas, los parques, las plazuelas. Sólo una cosa: ojalá que a ese disfrute de la calle le pongamos una gota de civismo que nos induzca a no ir dejando huellas de nuestra alegría: latas, desperdicios y desechos varios. Ojalá que un día eso también llegue a formar parte de la tan cacareada idiosincrasia andaluza.