Clasicismo y sencillez
Riverita brilló con los destellos de su artístico toreo en el II Festival en memoria de Francisco Rivera 'Paquirri'
ZAHARA DE LOS ATUNES.Actualizado:Abrió Riverita su particular capote con esos llamativos flecos que le cuelgan de la esclavina y lo utilizó con la misma precisión y mimo que si se tratara de un pincel. Dibujó con tan singular prenda exquisitas verónicas a pies juntos y dejó plasmado sobre el albero un añejo toreo de capa que rezumaba el aroma y la naturalidad del sencillo y clásico toreo. Pero aún aumentaría el capítulo de su excentricidad en los detalles de sus telas al desplegar una muleta enmarcada con una profusión de flecos multicolores. Con ella inició el trasteo junto a tablas con pases por alto, un cambio de mano y el broche delicado del pase del desprecio.
Frente a un novillo muy noble, que poseía las fuerzas y la raza medidas, el veterano espada demostró relajo y pulcritud en cortas tandas de muletazos y, tanto se gustó en el tramo final del trasteo, que hasta encadenó derechazos y naturales portando una muleta en cada mano. Nunca es tarde para inventar nuevas suertes en el toreo, y ayer tuvimos la fortuna de presenciar esta modalidad innovadora de pases de muleta a dos manos. Pudimos asistir a la creación de la suerte del «riverazo».
Pero la mayor suerte de todos los presentes estuvo en disfrutar del artístico toreo de Riverita, salpicado de chasquidos imprevisibles, de chispazos de arrebatada plasticidad. Esparció sobre la tarde un puñadito de sal y gracia toreras, esas que solo atesoran algunos elegidos, que parecía traer guardadas para la ocasión en el bolsillo de una atípica camisa de cuadros que lucía bajo su chaquetilla campera.
Abrió plaza el rejoneador Manolo Manzanares, que demostró un acompasado toreo ecuestre al templar la encendida salida de la res y utilizó amplios recursos lidiadores para sacar al novillo de la querencia de tablas donde halló refugio en el último tercio. Banderillas prendidas con limpia ejecución y precisa colocación, unas al estribo otras al quiebro, constituyeron el episodio más destacado de su actuación. A Litri le cupo en suerte un astado complicado que ya se quedó muy corto bajo su capote y en el que se colaba por ambos pitones. Muleta en mano, bajó la mano con decisión Miguel Báez y consiguió domeñar tan incierta embestida, hasta el punto de obtener tandas de derechazos en las que alargó el viaje de la res y conseguir pasajes estimables. Ni un pase le permitió su enemigo por el pitón izquierdo, por lo que Litri desistió pronto de su postrero intento de toreo al natural.
Recibió Enrique Ponce con ortodoxas verónicas y la suerte cargada al cuarto de la suelta, animal tan disminuido de fuerzas y de poder como sus hermanos. Falta de fortaleza que evolucionó en una embestida corta y rebrincada que tanto incomodaría a Pone en la ejecución de su faena. Se esforzó el de Chivas en un intento continuado de extraer muletazos por ambos pitones. Pero no logró alargar un viaje, que cada vez se presentaba más escueto y peligroso, ni ligar pases en tandas rematadas. Tanto fue el empeño que puso Ponce en agradar que, a pesar de tratarse de un torero curtido como él, incluso resultó volteado en el transcurso de la dura pugna con su oponente.
Se estiró con decisión y garbo a la verónica Canales Rivera ante un oponente que ya se desplomó con estrépito y reiteración durante el primer tercio y que llegaría al último con caídas asiduas y multiplicadas. Lo cual, convertía en imposible el toreo ligado del gaditano y restaba enjundia e importancia a su labor. Intentó cuanto pudo Canales para conducir la embestida de la res, a la vez que evitar su derrumbe definitivo. Tanto fue el empeño derrochado por el espada que consiguió hilvanar algunas series estimables de derechazos en el toreo de cercanías que puso fin a su trasteo. El novillero Diego Silveti demostró escasez de oficio pero mucho arrojo y quietud en la interpretación de un toreo que destaca por su concepto recio y vertical.