«PARA VIVIR DE ESTO ME LA JUGUÉ A TODO O NADA»
El intérprete gaditano se ha convertido en una presencia habitual en las producciones españolas más destacadas de los últimos años, como 'Celda 211'
Actualizado:Su abuelo era guardia civil, pero se sabía el Tenorio de memoria. No hay más antecedentes artísticos en la familia. Su padre trabajaba en Astilleros. Cuando hacía el COU, en vez de patearse las discotecas para ligar, se metió en un grupo de teatro. Y luego no pudo dejarlo. Manuel Morón, gaditano de García De Sola, ha llegado hasta la primera línea después de pasar más de un bache profesional y personal, después de «mucho curro y alguna que otra sesión de psicoanálisis». Dice que, salvo los tipos que nacen con suerte, la interpretación no es una carrera de velocidad, sino de fondo. Por lo pronto, sus papeles en 'El Bola' (Achero Mañas), 'Todo sobre mi madre' (Pedro Almodóvar) 'Smoking Room' (J. D. Wallovits), 'Mataharis' (Icíar Bollaín), 'Azul oscuro casi negro' (Sánchez Arévalo) y 'Celda 211' (el taquillazo de la temporada) lo reafirman como un actor eficaz y carismático, capaz de ganarse un hueco en casi todos los títulos imprescindibles del último cine español. «Pero no ha sido fácil, no». Enseguida cuenta por qué. -¿Qué fue de aquel grupo de teatro de barrio con el que empezó?
-Pues les he perdido la pista. Lo montamos tres, aunque luego se fue ampliando. Creo que alguno intentó pasar del teatro amateur al profesional, pero no sé por dónde andan ahora, la verdad.
-¿Qué le movió a usted a dar el salto a las tablas?
-Siempre he actuado por impulsos. Al principio lo único que me interesaba era divertirme de una forma distinta a la habitual, en el Cádiz de los últimos 70 y principios de los 80. El teatro era una buena alternativa a las discotecas. Pensé que me serviría para ligar. Después pasé al grupo Cámara, que ensayaba en los locales de la OJE, y finalmente a Carrusel, que también tuvo su resonancia, porque hacíamos algo innovador, valiente, inaudito en Andalucía. Culturalmente fue un momento muy bonito, con muchas inquietudes creativas. Carrusel logró premios importantes, estaba lleno de gente con talento. Lo que pasa es que luego a todo el mundo se le plantea la disyuntiva de seguir o no seguir...
-Su padre era trabajor de Astilleros, alguien completamente ajeno a la escena, ¿cómo se lo tomó?
-Ejerció de padre racional y protector. La idea le parecía una locura. No tenía antecedentes artísticos, aunque por lo visto mi abuelo, que era guardia civil, se sabía el Tenorio de memoria. Yo iba para el sector administrativo, para cajero de banca, o algo así. Mi padre quería que me sacara una carrera. Si ésta es una profesión insegura ahora, imagínate en aquella época, cuando no había tantas opciones de hacer series o cine. Entonces sólo estaba el teatro, y algún 'Estudio Uno', de vez en cuando. Así que me dijo: '¿A dónde vas tú por ahí?'. A veces se ponía más duro, y a veces era más sensible con el tema.
-Así que se lió la manta a la cabeza y se fue a Sevilla.
-Sí, sobre todo buscando formación, educarme profesionalmente, crecer. De entrada pensé en Madrid, pero comencé a salir con una sevillana y al final eso decantó la balanza. Por entonces empezaba el Instituto de Teatro allí, hice las pruebas, me admitieron y me quedé tres años.
-Y Madrid. ¿Fue muy duro, el aterrizaje en la capital?
-Lo fue. Sorteé un bache importante. Faltaba trabajo. Pasé apuros económicos, incluso. Cuando tienes veintipocos, es algo que puedes superar. Cuando eres más madurito, estar permanentemente haciendo cuentas y viendo que te falta el dinero puede llegar a afectarte de verdad. No pasé hambre, literalmente, como algunos compañeros, porque mi hermano y mi padre me echaron un cable. Me fueron pasando cantidades que luego yo les devolví.
-¿Pensó en tirar la toalla?
-Sí, claro. Tuve una crisis profesional y personal en la que me planteé dejarlo. Lo que decidí fue ir a ver a un psicólogo, a ver qué era lo que me ocurría dentro. Después, para poder continuar siendo actor y vivir de esto, me la jugué a todo o nada. Y me salió bien, por ahora.
Amueblar la cabeza
-¿En qué le ayudó el psicólogo, si lo puede decir?
-Me ayudó a darle a los problemas su importancia exacta, o a intentarlo. Cuando se te cierran determinadas puertas profesionales, y a ello le sumas un cierto bajón emocional, tiendes a pensar que es el mundo el que se está aliando contra ti, que hay una especie de conspiración cósmica para que no salgas adelante... En realidad no es así, pero la manera de entenderlo y de enfrentarlo es tener bien amueblada la cabeza. Y eso es a lo que me ayudó el psicólogo. No es que la vida no me estaba dando oportunidades, era que yo no las veía. O que no eran como quería que fuesen.
-¿Fue el momento clave de su carrera de fondo?
-Fue un momento de inflexión. Sí, yo ya me había dado cuenta de que en esta profesión o tienes mucha suerte, o no es una cuestión de correr, sino de no rendirse. Aquello me lo demostró. Además, ser actor tiene una particularidad sobre otras carreras creativas. Hay que saber reinventarse. Cuando tienes veinte años, te dan papeles de viente años. Pero después tienes treinta, cuarenta, y eso te obliga a 'actualizarte' continuamente.
-¿Cómo fue el paso al cine?
-Hice un corto, 'Campeones', y aquello marcó un antes y un después en mi relación con el audiovisual. Cuando llegué a Madrid, mi agente me propuso algunas cosas, pero no se me dieron bien. Yo estaba hecho al teatro, así que me movía, me salía de cuadro... Empecé a pensar que el cine era un coñazo, y que la televisión era más coñazo todavía, a nivel de interpretación. Me sentía muy limitado, constreñido. Pero aquel corto me brindó la autoconfianza que necesitaba. Comprobé que podía hacer mi trabajo de actor sin ser una marioneta, que tenía que asimilar otro tipo de lenguaje, aunque el fondo del trabajo fuera el mismo.
-El gran público lo conoció a partir del padre violento de 'El Bola'.
-Es un hecho. La película tuvo una gran repercusión en España. La gente no me había visto, y entonces empezó a ponerle cara a un trabajo de años. Es lo que tiene el cine, que te da una proyección mediática que no tiene nada que ver con lo que mueve el teatro.
-Después, el pícaro protagonista de 'El Traje', el empleado cobarde y pusilánime de 'Smoking Room', 'Mataharis', Almodóvar, Sánchez Arévalo. En su currículum están muchas de las películas y directores imprescindibles de la última etapa del cine español, incluida 'Celda 211'. ¿Está en racha?
-Suelo mirar mi trayectoria, para entenderla, como una sucesión de etapas. Cada papel es distinto, requiere de su propio trabajo, es como si hablamos de un músico que un día tiene que tocar Mozart y al siguiente pasodobles. Hablo mucho con los directores, leo mucho el guión, observo qué es lo que requiere la partitura. Procuro que no se vea un cliché. A todos hay que ponerle su dosis de humanidad, aunque sea un padre maltratador y torturado. Mientras lo preparo y ruedo, no suelto el personaje ni para ir al baño. Lo tengo en la cabeza. Lo que sí es cierto es que soy un poco raro en el 'después' de la película. Borro de mi mente la experiencia completa, quizá por necesidad, para no saturarme. Quedo con la gente del equipo, claro, pero tengo que ir cerrando historias, para abrirme a otras nuevas.
-Y llegó 'Celda 211', donde interpreta a un funcionario de prisiones fundamental para entender la trama y el mensaje.
-Estoy muy orgulloso de haber participado en la película que este año ha roto moldes en el cine español, que ha sido capaz de ganarse a la crítica, al público, y cosechar luego una buena colección de premios. La verdad es que Daniel Monzón peleó mucho para que yo pudiera estar ahí. Durante un tiempo casi se interponen las cuestiones económicas, pero Monzón luchó para lograr que fuese yo quien hiciera a ese funcionario. De entrada, me encantó el guión y el equipo que se preparaba para rodarlo. No vi los resultados hasta pasado un año. Y yo, que suelo ser muy crítico con mis trabajos, que me digo constantemente 'pero qué gilipollez hiciste ahí', tengo que reconocer que me quedé muy satisfecho con el personaje, con este hombre tan gris y a la vez tan necesario para comprender la historia.