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Sociedad

Miguel Hernández en su centenario

MANUEL J. RAMOS ORTEGA
CATEDRÁTICO DE LITERATURA ESPAÑOLA DE LA UCAActualizado:

En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto, como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería). Así comienza la 'Elegía' a Ramón Sijé, de Miguel Hernández, escrita a los pocos días de morir el amigo, «con quien tanto quería». La 'Elegía' es una carta, la última carta que se le escribe a un amigo, con fecha al final del texto (10 de enero de 1936) y, en la cabecera, el lugar donde se ha empezado a escribir. En esa carta Miguel Hernández trata de disculparse ante el amigo fallecido por no haberle escrito antes y confesarle todo lo que no había podido explicarle en vida («que tenemos que hablar de muchas cosas...») Y en efecto, sabemos que el segundo viaje a Madrid y, sobre todo, el contacto con Pablo Neruda acabaron por enfriar una amistad mantenida a lo largo de muchos años. Hasta el punto de que sólo la muerte pudo «amordazarla» para siempre.

A esto habría que añadir que ese «con quien tanto quería» del principio no es un mero recurso retórico, sino la descripción real, trascendida en memoria poética, de la etapa más feliz de los amores juveniles, en su Orihuela natal, con Josefina Manresa y Josefina Fenoll, sus novias respectivas. Es decir, la elegía nos sitúa ante la inserción de la anécdota personal en un conjunto que lo desborda y lo trasciende: la encrucijada vital y humana de dos amigos ante el amor compartido y la muerte. Sentidos ambos con la misma pasión juvenil ('Como el toro he nacido para el luto/y el dolor como el toro estoy marcado/por un hierro infernal en el costado/y por varón en la ingle con un fruto') y con el dolorido sentir por la ausencia de la amada ('Una querencia tengo por tu ausencia,/una apetencia por tu compañía/ y una dolencia de melancolía/ por la ausencia del aire de tu viento'.)

Josefina, la viuda de Hernández, lo ha contado al cabo de los años en un texto lleno de candor y dulzura, que causaría el asombro -de tan casto- de los novios de hoy, en donde recuerda los primeros encuentros de la pareja: «Él me esperaba en la puerta del taller y yo, al salir, me ponía en medio, entre dos compañeras. Siempre me preguntaba con mucho interés cómo me llamaba y yo nunca se lo dije. Un día por la tarde, al salir del taller, ya finalizando la Calle Mayor me dio un papel doblado dos veces y se fue de prisa. Yo lo tomé de improviso y me quedé pensando que él creería que yo lo quería. La poesía era la que empieza así: 'Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo'. Está escrito a máquina y con letra suya puso junto a su nombre esta frase: 'Para ti'». Con razón pudo escribir el poeta de Orihuela de la que iba a ser su mujer: 'Te me mueres de casta y de sencilla:/ estoy convicto, amor, estoy confeso/ de que, raptor intrépido de un beso,/ yo te libé la flor de la mejilla'.

El viaje a Madrid y su encuentro con los poetas que iban a ser conocidos como la 'generación del 27' (Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Rafael Alberti.), su amistad con Pablo Neruda, cuya Residencia en la tierra, recién llegado a nuestro país, deslumbrarían al joven Hernández. Más tarde, su relación con la pintora Maruja Mallo, con la que mantuvo una tórrida aventura amorosa, más su definitivo alejamiento del catolicismo, que conlleva también el abandono del nido provinciano, son factores que, sumados, explican el giro verdaderamente copernicano que experimenta la poética del escritor orcelitano. Estamos justamente en las fechas que se produce el óbito de su amigo cuando escribe la 'Elegía' e inserta ésta en un conjunto, ya en la imprenta, que iba a titular: 'El rayo que no cesa'. Atrás han quedado años de formación y consagración gongorina, cuyo más acendrado colofón es Perito en lunas. Por delante aún queda lo peor. Años de sufrimiento y compromiso que plasma en su Viento del pueblo, aunque, llegado al final, aún le queda aliento para escribir uno de los cancioneros amorosos más potentes de la poesía española contemporánea: Cancionero y romancero de ausencia. Es impresionante el testimonio del final de Miguel en la cárcel de Alicante como lo recuerda su viuda, Josefina Manresa: «La muerte de Miguel fue la liberación de una terrible enfermedad que le había destrozado por completo alma y cuerpo. Su cuerpo estaba lleno de pus y llagas por todas partes; se liberó del sufrimiento por el estado en que se encontraba, separado de su hijo y de nosotros. Yo no podía verlo sufrir así; cuando por última vez me permitieron visitarlo en la cama de la cárcel, sabía que se iba a morir pronto. Ya no tenía palabra sino sólo ronquidos; pero igualmente, su desaparición fue un dolor tremendo para mí y para su familia».