La isla de las mordidas
El 'caso Palma Arena' es una ciénaga siniestra donde flota el espectro ausente de ochenta mil millones de vellón
Actualizado:El salto del primer barón de Aznar al retablo mayor de la corrupción -aunque Mayor Oreja haya cumplido la misión siniestra de airear una negociación apócrifa con ETA para desviar los focos- no admite más simulaciones. El esperpento al desnudo de la venalidad en Baleares no se va a amortizar a beneficio de inventario. De momento se ha roto la postal idílica de las islas. Como el espejismo del oasis catalán, desvanecido por el hiperrealismo de los escándalos Pretoria y Palau, la corrupción de Mallorca ha roto el dique de ese decorado chic, con los reyes en Marivent y las noches de Puerto Portals, donde crujen levemente los hojaldres de caviar y las cuadernas de los yates. Abiertas las compuertas, se han desbordado los escándalos de Andratx, Can Domenge, Son Oms, Maquillaje, Voltor y sobre todo la timba brutal de cincuenta millones en Palma Arena, toda una tangentopolis -'la ciudad de las comisiones', como se bautizó a Milán tras la operación Mani Puliti, o más bien 'la isla de las mordidas'- regida por Matas y la princesa Munar, a los que siguen Hidalgo, Massot, los consellers Vicens, Nadal, Buils, Pascual, Flaquer, una banda de dirigentes de PP y UM más propia de Ali Babá. Al final, el legendario franquismo sociológico de Baleares ha perdurado bajo la horma ventajista de una nomenclatura que ha logrado mantener la ley del silencio.
Jaume Matas, virrey de Baleares, barón de Aznar y viejo aliado de Rajoy, es ahora una sombra incómoda para todos. Detrás de su biografía dorada y sus máscaras amables, le persigue toda una jauría del Código Penal: prevaricación, cohecho, malversación, apropiación indebida, falsedad documental, tráfico de influencias, blanqueo, delito fiscal e incluso delito electoral. Su cadáver se da por hecho; los daños colaterales están por ver. Con Camps sorteando las sombras espesas del 'caso Gürtel', al menos de momento, y ya establecidas las culpas del Yak-42 y el 'Prestige', Matas puede convertirse en el icono de la corrupción en el PP, desprovista de la iconografía chusca del tardofelipismo pero también delirante hasta la caricatura. Ya no se trata de Palma Arena, convertido en una ciénaga siniestra donde flota el espectro ausente de ochenta mil millones de vellón, sino su enriquecimiento personal sintetizado en el palacete del Borne, tras el muro de sillares renacentistas y el pórtico manierista de cariátides y guirnaldas, adquirido por un millón aunque tasado en cinco, donde el registro anotó incluso demasiados supertelevisores de doce mil euros, cada uno equivalente al sueldo de dos meses de Matas. Sin la púrpura kitsch de la corrupción malaya en Marbella, la cleptocracia de Baleares ha adquirido también su propia identidad esperpéntica.